Guillermo Hurtado

Sociedad sin modelos y democracia sin líderes

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La obra póstuma de Max Scheler Vorbilder und Führer (traducida al español como Modelos y líderes) desarrolla una ética práctica, más allá de la teoría de los valores que había expuesto en sus obras previas.

Scheler sostiene algo que puede resultar obvio, pero que se olvida con facilidad. El desarrollo moral de un individuo o de una colectividad requiere de modelos a la vista, es decir, de seres humanos que ejemplifiquen los valores que se pretenden inculcar, tanto a nivel personal como social. Los seres humanos aprendemos por imitación, por emulación, por admiración. Tener un modelo de vida es lo mejor que puede sucederle a un niño o a un joven: la enseñanza recibida se quedará grabada en su ser para el resto de su vida. Scheler distingue tres tipos de modelos supremos: el santo, el genio y el héroe. Pero hay otros modelos menos grandiosos que nos pueden ayudar a forjar nuestra personalidad, como los padres, los hermanos mayores o los maestros.

Scheler afirma que no debemos confundir a los modelos con los líderes. Al modelo se le admira, al líder se le sigue. A veces, la sociedad sigue al líder por amor, otras veces por miedo, en ocasiones por una mezcla de ambas. Un líder debe tener carisma, es decir, debe suscitar adhesión, obediencia. Pero eso no significa que sea un modelo moral, es decir, que las personas quieran ser como él. No obstante, hay unos pocos líderes que cumplen con un rol modélico, por ejemplo, Mahatma Gandhi.

Así como una sociedad requiere de modelos, requiere de líderes. Es un grave error pensar que podemos tener una moral social robusta sin buenos modelos y una democracia igualmente saludable sin buenos líderes.

Uno de los errores más graves de las sociedades y las democracias en Occidente es que supusieron que era mejor —más avanzado, más civilizado— vivir sin modelos y sin líderes. Bastaba con un cuerpo eficiente de burócratas, administradores, abogados, jueces, científicos, técnicos, locutores y periodistas para que todo funcionara correctamente. Los resultados de esa equivocación están a la vista: nuestra política democrática y nuestra consciencia moral están sumergidas dentro de una honda crisis.

En este vacío brotan los falsos modelos y los falsos líderes. A cualquier farsante se le unge como modelo y a cualquier mequetrefe se le eleva como líder. No hace falta que ofrezca ejemplos, estoy seguro, estimado lector, de que usted ya tiene varios en mente.

No creo que nos falten personas con madera para ser un modelo o un líder. Los sigue habiendo ahora como antes los hubo en la historia humana. Lo que sucede es que el sistema actual los acorrala, los mancha, los destruye. Mientras que no cambiemos ese sistema maligno, Occidente no tendrá salvación y seguirá hundiéndose en los pantanos del relativismo, la ilusión y la demagogia.