Guillermo Hurtado

La vejez de Tolstói

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hace diez años, la editorial barcelonesa Acantilado publicó los Diarios (1895-1901) de Tolstói, editados y traducidos por Selma Ancira. La lectura de este libro nos permite asomarnos a la intimidad de un hombre extraordinario y, además, nos hace reflexionar sobre el sentido de nuestra vida durante la vejez.

A veces se piensa en la senectud como una etapa de la vida en la que ya no suceden cambios en lo más profundo de nuestra persona. No fue ese el caso de Tolstói y pienso que no debería ser el caso de nadie. La ancianidad tendría que ser una fase de hondas transformaciones en nuestro interior. Fue así como lo vivió Tolstói en el último periodo de su vida, de sus 67 a sus 82 años. Sin embargo, ese esfuerzo no fue fácil, como se puede constatar en su diario. Tolstói batalló todos los días para avanzar por la ruta que él se había propuesto, pero se enfrentó a muchos obstáculos, tanto internos, como externos.  

Los últimos años de la vida de Tolstói estuvieron marcados por un terrible conflicto con su esposa. No me parece que sea correcto describir esta pugna como un choque entre una personalidad masculina y una femenina. Me parece que sería más acertado describirlo como el choque entre una personalidad espiritual y una mundana

Tolstói concibe a la vejez como un periodo de liberación de las cadenas que nos atan al yo y al mundo. Un anciano tiene la oportunidad de desprenderse de sus deseos, sus ambiciones y sus pasiones para entregarse al servicio de los demás. El propósito de su vida alcanza, de esa manera, su estadio más alto: trabajar para que la realidad entera cada vez sea mejor desde un punto de vista moral. No hay peor aberración, según Tolstói, que un viejo egoísta. Si en la infancia o la juventud el egoísmo puede disculparse como un efecto lamentable del afán por construirse un lugar en el mundo, en la vejez, el egoísmo se vuelve un vicio repugnante, incluso una locura.  

Tolstói creía que la liberación de las cadenas del yo y del mundo no es una manera de dejar de existir, sino por el contrario, es la forma en la que alcanzamos la plenitud de nuestra existencia. Desde este punto de vista, la vejez no es una mengua de nuestro ser, no es una decadencia, sino que, por el contrario, es la consolidación de nuestro ser, su plenitud. Con la vejez, la vida nos ayuda a acercarnos más a Dios. También nos ofrece, opinaba Tolstói, las condiciones para aprender qué es el amor verdadero, más allá de las apariencias. Los ancianos no deben temer a la muerte. Tolstói decía que la vida es como un sueño y que la muerte es como un despertar.  

Tolstói, en una foto de archivo.
Tolstói, en una foto de archivo.Foto: Especial

Los últimos años de la vida de Tolstói estuvieron marcados por un terrible conflicto con su esposa. No me parece que sea correcto describir esta pugna como un choque entre una personalidad masculina y una femenina. Me parece que sería más acertado describirlo como el choque entre una personalidad espiritual y una mundana. Tolstói se sentía como un prisionero dentro de la grosera materialidad de su entorno. Su mujer lo ataba a las convenciones sociales y, sobre todo, al dinero. Mientras que Tolstói quería desprenderse de sus bienes materiales e incluso de las regalías de sus libros, su esposa lo presionaba para que se los legara a ella y a sus hijos. Tolstói no soportó más las desavenencias con su mujer. La madrugada del 10 de noviembre de 1910 escapó de su casa para vivir sus últimos días en soledad y silencio. Diez días después de haber abandonado su hogar, Tolstói falleció de neumonía en una remota estación de trenes. Podría decirse que hay algo de derrota en la manera en la que murió Tolstói. Su huida fue un acto desesperado para intentar cumplir con el ideal de vida que se había planteado. No obstante, también podría decirse que hay algo heroico en su trágica decisión, porque Tolstói no se resignó a vivir como los demás querían que él lo hiciera en el último trecho de su vida. 

Podría decirse que hay algo de derrota en la manera en la que murió Tolstói. Su huida fue un acto desesperado para intentar cumplir con el ideal de vida que se había planteado. No obstante, también podría decirse que hay algo heroico en su trágica decisión, porque Tolstói no se resignó a vivir como los demás querían que él lo hiciera en el último trecho de su vida

El mundo no quiere que los viejos cambien o que opinen o que se atrevan: los quiere quietos, dóciles, callados. Por eso mismo, los prefiere tener adormecidos, lejos de los demás, encerrados dentro de las cuatro paredes de su decadencia física. La lección moral que nos ofrece Tolstói es que la vida siempre debe ser progreso, lucha, anhelo, y que así debe ser hasta el final de nuestros días.