Horacio Vives Segl

Baillères, México y el ITAM

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hace unos días falleció, a los 90 años, don Alberto Baillères González, uno de los personajes más influyentes del país en el último medio siglo.

Como él mismo mencionó en el discurso que pronunció ante el Senado cuando recibió la medalla Belisario Domínguez —la máxima condecoración a un ciudadano mexicano—, don Alberto asumió la estafeta de su padre, Raúl Baillères, quien “perteneció a una generación de empresarios posrevolucionarios de la segunda a la sexta década del siglo pasado que, junto a grandes educadores, ingenieros, médicos, artistas, intelectuales y políticos, establecieron los fundamentos del México moderno (…) Fue una generación que construyó un sistema nacional de educación y salud, así como instituciones, infraestructura e industrias”.

El legado que recibió don Alberto sobre sus hombros, pues, no era menor, y lo asumió con inteligencia y arrojo. Haya sido por el inmejorable ejemplo de su padre, por la disciplina marcial adquirida (bachillerato en la Academia Militar Culver, en Indiana), o por la destacada generación de profesores que le formaron como economista en el ITAM, don Alberto fue un líder audaz y visionario, que tuvo la capacidad de consolidar y robustecer un patrimonio que —en buena medida— ha resultado en una contribución importante para el desarrollo de México.

La Historia ha dejado en claro, en todas las latitudes, que el gobierno es incapaz de generar, por sí mismo, la riqueza y el desarrollo que un país requiere; se necesitan las contribuciones de la sociedad y, especialmente, de un empresariado robusto. Sólo un puñado de personas tiene el calibre de empresario que fue Baillères para México, tanto por su diversificación como por el alcance de los empleos que contribuyó a engendrar.

De todas las instituciones empresariales y emprendimientos que encabezó, sin duda el ITAM fue en la que dejó su impronta más indeleble. Como presidente de su Patronato y de su Junta de Gobierno, Baillères fue el mecenas que permitió la consolidación de una de las más influyentes instituciones educativas nacionales, caracterizada por su excelencia académica, su perfil liberal y su responsabilidad social. Y en la recta final de su vida, supo entender el actual contexto universitario global y respaldar las acciones adoptadas por la institución para que, además del “sello de la casa” por 75 años, la excelencia académica, se consolide también el patrón de excelencia humana.

Como señaló el rector Arturo Fernández en su emotivo mensaje en la ceremonia de homenaje, su partida es una pérdida lamentable para el ITAM, la de “el gran mentor y del indiscutible líder empresarial, gracias al cual esta institución pudo florecer y, junto con ella, miles de sus exalumnos”.

Por último: desde hace décadas, el ITAM sostiene el programa de becas y planes de financiamiento más generoso en el segmento de universidades privadas con vocación de excelencia. De no haber sido por la visión de don Alberto y el apoyo de los donantes, quien esto escribe —entre muchos otros— no habría podido cursar sus estudios en el ITAM. También agradezco a don Alberto y al rector Fernández su respaldo para la creación y sostenimiento del Centro Alonso Lujambio.

En su larga y fructífera vida, Baillères tuvo que enfrentar distintos desafíos y encrucijadas críticas. El gran personaje queda, por ahora, esperando una biografía que documente con justicia la magnitud de su legado.