Horacio Vives Segl

Elecciones en Colombia: claves de un proceso histórico

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Concluyó, por fin, el largo proceso electoral colombiano, con la segunda vuelta del domingo 19 de junio. Aquí un repaso de las claves de unas elecciones históricas y sin precedentes para la democracia en esa nación andina.

Una vez que quedó superado el eje de competencia entre los partidos Conservador y Liberal, que alternaron el poder en Colombia durante el siglo XX, en un repaso del historial electoral de lo que va del siglo XXI se aprecia una mutación de organizaciones partidistas de perfil demócrata-liberal de derecha que se sucedieron en la Presidencia. Ese orden, antes tan predecible, encuentra su fin en 2022.

Otro hecho muy relevante es que este ha sido el único proceso electoral, en lo que va de este siglo, en el que Álvaro Uribe no fue el eje de la contienda. En 2022, el electorado relegó (¿definitivamente?) a un papel marginal y desprestigiado al otrora personaje clave de la política colombiana.

Desde la primera vuelta, celebrada el 29 de mayo, una contundente e inequívoca mayoría se deshizo de los candidatos y partidos que representaban la política tradicional. Eso implicó que Colombia siguiera —como lamentablemente ha ocurrido en otras latitudes de la región— el camino de renunciar a las opciones demócrata-liberales para tener que optar entre dos propuestas demagógico-populistas, en un escenario nada halagüeño para la segunda vuelta, aunque, ciertamente, con notorias diferencias y niveles de gravedad. ¿Qué tan mal puede ponerse la política para que alguien, no sólo hiper-populista, sino francamente impresentable, como es Rodolfo Hernández, hubiera estado tan cerca de llegar al Palacio de Nariño?

El proceso electoral también se distinguió por la “guerra sucia”. Nadie espera que las campañas sean un intercambio de flores, pero lo que ocurrió en Colombia llegó a límites nauseabundos. El contumaz y displicente desacato de Hernández al mandato judicial que le ordenaba celebrar un debate con Petro en la víspera de la segunda vuelta fue el “broche de oro” de una campaña en la que el diálogo, las propuestas y los fundamentos para respaldar las visiones de país quedaron en un lugar marginal frente a los videoescándalos, las ocurrencias ramplonas y las mezquindades y banalidades que tanto éxito suelen tener en las redes sociales.

Así, pues, en su tercer intento —¿suena familiar?— Gustavo Petro alcanza la Presidencia de Colombia y, por primera vez en la historia de esa nación, un gobierno de izquierda llega al poder, aunque con un triunfo muy apretado. Las segundas vueltas en elecciones presidenciales tienen el objetivo de inflar la votación del ganador, para que obtenga porcentajes superiores a la mayoría absoluta, y, así, generar usualmente la percepción de un triunfo aplastante. Sin embargo, en el caso colombiano, si bien Petro superó apenas el 50% de los votos, sólo obtuvo una ventaja de 3% sobre Rodolfo Hernández. Esto es, prácticamente la mitad del país no respaldó al presidente electo.

Ante esa división, lo más rescatable y encomiable desde el domingo es la moderación del discurso de Petro. Mención aparte merece la muy atinada elección de quien será la segunda vicepresidenta en la historia de Colombia, Francia Márquez. Aun así, el panorama no es sencillo. Con serios desafíos económicos, políticos, sociales y de seguridad por resolver, sin contar con mayorías legislativas propias, y con una institucionalidad que deberá ser contrapeso ante pulsiones autoritarias, el mundo tiene puesta la atención en lo que ocurrirá a partir del 7 de agosto en Colombia.