Guillermo Hurtado

Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Muy pocos mexicanos se acuerdan de las zarzuelas, pero fueron un espectáculo muy popular, no sólo en España, sino en México. Una de las obras más famosas del llamado “género chico” —piezas de tres actos de alrededor de una hora de duración— es La verbena de la paloma.

La obra comienza con un simpático diálogo entre don Hilarión, boticario, y su amigo don Sebastián. Como hace mucho calor —la obra sucede un 14 de agosto madrileño— la gente saca sillas a la calle para tomar el fresco de la tarde. Sin preámbulo alguno, don Hilarión le comenta a don Sebastián que “el aceite de ricino ya no es malo de tomar, que se administra en pildoritas y el efecto es siempre igual, igual, igual.” don Sebastián manifiesta asombro y le responde: “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”.

La afirmación de don Sebastián nos provoca risa, porque la innovación de consumir el aceite de ricino en pildoritas no pasa hoy —y ni siquiera en aquel entonces— por un adelanto científico digno de considerarse “una barbaridad, una bestialidad, una brutalidad,” como enfatiza don Sebastián.

Sin embargo, lo que comenta don Hilarión es un principio básico de la ciencia médica: los fármacos deben dosificarse de manera exacta para que el resultado sea el mismo. Para ponerlo de otra manera: es más científico recetar el aceite de ricino en pildoritas que en traguitos.

En la España de la segunda mitad del siglo XIX, surgió una polémica sobre la existencia de una ciencia española. Desde un bando se afirmaba que por culpa de la Iglesia católica y, en particular, de la Inquisición, España no había desarrollado una ciencia y una tecnología propias, como Inglaterra o Francia. Desde el bando contrario, Marcelino Menéndez y Pelayo escribió un libro muy voluntarioso, intitulado La ciencia española, en el que pretendía mostrar que los españoles, a pesar de ser muy católicos, sí habían logrado avances considerables en la ciencia y tecnología. La polémica se extendió hasta el siglo XX, en el que autores como José Ortega y Gasset volvieron a lamentarse del atraso español en el campo del conocimiento. En contraste, Miguel de Unamuno afirmaba con descaro: “¡Que inventen ellos!”.

En México, como en España, hemos seguido el consejo de Unamuno y dejado que inventen ellos. No porque hayan faltado esfuerzos individuales y colectivos —algunos de ellos, dignísimos— para desarrollar la ciencia y la tecnología en nuestro suelo patrio, sino porque tal parece que nuestra atención ha estado puesta en otros lados. Después de la conversación con su amigo, don Hilarión se va con una joven pizpireta a disfrutar de la verbena. Nosotros también hemos preferido dejar que los demás fabriquen las pildoritas. Lo bailado, diríamos al unísono, nadie nos lo quita. ¡Caramba! Aunque el refrán sea irreverente, algo tiene de cierto.