Julia Santibáñez

Lo que más le agradezco a 2021

LA UTORA

Julia Santibáñez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Era un tipo que vivía de buena gana. Lo identifico como el motor que puso a andar esta voracidad con la que suelo acometer los días. La calva y las rodillas de mi papá fermentaron para mí un amor de animalidad, el de veras gratuito; cuando aprendí a leer quiso disfrutar conmigo también ese gusto y de alguna manera definió mi vocación. Así recuerdo más mis primeros años, hasta que en aquel enero de estrenar mis diecisiete dejó de figurar en primer plano porque se murió. No lo veo desde entonces y cada mes lo recuerdo.

Mi mamá fue una presencia difusa durante la niñez. Además de enseñarme buenos modales y a cuidar plantas, calentaba mi ropa interior en los inviernos antes de llevarme a la escuela. Hizo para mí decenas de enfrijoladas y me aplaudió sin recelo cuando en un montaje escolar de Tom Sawyer actué del negro Jim (con un corcho quemado oscurecí la blancura impertinente de cara y manos). No se explicaba mi rebeldía ni mi curiosidad anormales, pero me presentó al personaje de Jo a través de un ejemplar de Mujercitas que conservo. Tuvo una vida difícil, sin que extraviara nunca la dulzura. La enterramos en 2020.

“Si supieras la cantidad de cosas que hice en estos años para vos, pensando que me estabas mirando”. Esto le dice un hijo a su padre en “Nadar de noche”, cuento del argentino Juan Forn, cuando el muchacho recibe la visita nocturna del progenitor, fallecido cuatro años atrás. Me lo apropio: al empezar a escribir más o menos en serio, siempre pensaba que mi papá me leía. Quería que me leyera, quiero que lo haga. Le hubiera gustado, pienso. Como el colombiano Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos, casi todo lo he pergeñado “para alguien que no puede leerme... [escribo] para una sombra”. Mamá, en cambio, conoció mi carrera en las letras. Guardaba en un lugar especial cada libro mío y se alegraba uno por uno, aunque decía con afán sincericida: “la verdad no les entiendo”.

Hace poco me salpicó en redes la pus del rencor entre una mujer y su madre. La hija enumeraba las muestras de rencor que cada una se dedica, porque la vida no les basta para subrayarlo: se desprecian. No supe qué decir. Odié muchas veces a mis papás, los odio a veces aunque no estén, porque no están, pero conservo una certeza: nunca me desarraigaron. No fui particularmente buena hija, pero los dos tuvieron para mí una aceptación sin atenuantes. A pesar de distanciarnos más de cien veces, no arrancaron mis raíces ni yo corté con ellos. Fueron mi lugar seguro para hacerme.

Por un azar que se me escapa, camino con esa solvencia desde que recuerdo. Verlo así de claro es de las cosas más importantes que pasaron durante mi 2021. De las que más agradezco.