Julia Santibáñez

Memorias de una lectora

LA UTORA

Julia Santibáñez
Julia Santibáñez
Por:

Me gustó la idea del colega y amigo Armando Alanís, de escribir recuerdos sobre “la cálida vida que transcurre canora” entre libros. Van algunos míos, entrañables:

1. Siendo niña descubrí a Sherlock Holmes en una edición ilustrada que aún conservo. Es lo primero que me emocionó la piel lectora. Al conocer Londres fui a rendirle tributo al 221B de Baker Street, como el musulmán debe ir a La Meca una vez en la vida.

2. Estudiaba Letras en la UNAM y algún compañero propuso ir a una lectura de poesía de Miguel Hernández. No lo había leído, pero me remeció la médula enterita: ese día fui a Gandhi a comprar sus libros. No lo suelto.

3. Entre los 11 y los 16, más o menos, me zampé todo lo encontrable de Cornell Woolrich, mi tío abuelo y autor de literatura policiaca (tanto La ventana indiscreta, de Hitchcock, como La novia vestía de negro, de Truffaut, se basan en relatos suyos). Por él me vi siendo escritora.

5. Una de mis predilectas es la uruguaya Idea Vilariño, cuya obra conocí hará quizá veinte años. Cuando visité Montevideo en 2017 acaparé en librerías todo lo que vi de ella y (asumo mi cursilería) leí poemas de No en la Peatonal Sarandí. Me emociono de acordarme.

5. Deslumbradísima por sus cuentos de “El Aleph” y su poema “El Golem”, en la maestría ahorré largo tiempo (meses, creo) para comprar los tres tomos de las Obras completas de Jorge Luis Borges, publicadas por Emecé. Poco a poco fui leyendo ese colmo de redondura.

6. Rozaba los treinta años la primera vez que me eché Don Quijote de la Mancha. No podía creer que fuera tan divertido. Lo imaginaba farragoso, pero a cada página me fascinaba y carcajeaba por igual. Me fascino y carcajeo por igual.

7. En secundaria me dejaron aprenderme el soneto “How Do I Love Thee” (“De qué modo te quiero”), de Elizabeth Barrett Browning. Me impresionó que las palabras crearan algo tan musical, enorme y tenue, todo al mismo tiempo. Chance de ahí me vienen el vicio y el beneficio de memorizar poemas.

8. Mientras hacía una investigación sobre mezcales quise incluir referencias literarias y leí Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, donde es personaje relevante. Qué portento de estilo.

9. En un autobús de León hacia la capital me acompañó Une mort très douce (Una muerte muy dulce), de Simone de Beauvoir. Mi mamá se acercaba al final; lloré por ella y por esa protagonista que sufre dolores inaguantables, pero no quiere que la duerman porque “pierde días”. Ahí está lo pertinaz de nuestra humanidad vital. Y contradictoria.

10. Por 2018, en la Feria del Libro en Veracruz me encontré con Las puertas del paraíso, del polaco Jerzy Andrzejewski, en traducción de Sergio Pitol. Dispensen sus compermisos: es de las novelas más atroces y bellas que se han escrito.