Julio Trujillo

La escritura peligrosa

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Antier, en el suplemento sabatino Review de The Daily Telegraph, leí un artículo de Chuck Palahniuk (autor de El club de la pelea) sobre lo que él llama “la escritura peligrosa”.

Palahniuk se refiere a algo que le enseñó su “mejor maestro de escritura”, Tom Spanbauer: a enfrentar, como escritor, problemas no resueltos y dolorosos (una muerte, por ejemplo), pero al hacerlo de manera indirecta, a través de una metáfora, para poder soportar el dolor, por un lado, y por otro lado para que el tema les interese a los lectores, que no necesariamente se van a sentir atraídos por una pérdida particular, personal, del escritor. Palahniuk pone varios ejemplos de libros que son, en realidad, metáforas de un dolor real y no resuelto que el autor purgó con la escritura (La entrevista con el vampiro, de Anne Rice, un libro lleno de sangre, es una ficción con la que Rice exorcizó la muerte de su hija por leucemia juvenil). Lo que más me interesó del artículo de Palahniuk fue una frase en la que se refiere al uso de la metáfora para no afrontar directamente la causa del dolor: “Se te olvida sobre qué estás escribiendo en realidad, pero no se te olvida”. ¿Qué fue lo que olvidó, pero no olvidó Palahniuk al escribir Fight Club? No lo confiesa, pero sugiere que hay un dolor no resuelto ahí, transfigurado con la escritura peligrosa.

Toda escritura genuina tiene algo de peligrosa, pues arrastra fantasmas, heridas, asombros, pesadillas, incluso si no nos damos cuenta y estamos escribiendo sobre otra cosa. Pero en ocasiones buscamos ese peligro deliberadamente, no sólo para enfrentar un trauma sino para dejar que la escritura hable por nosotros. Al salir de nuestra zona de confort, la escritura eleva su propio nivel y sangra por la herida de la autenticidad, imperfecta, tal vez, sin adornos que la embellezcan, pero cien por ciento nuestra.

Esto me lleva a otro tipo de escritura peligrosa y “fea” que la escritora Elena Ferrante menciona en un ensayo titulado “El dolor y la pluma”. Ferrante se confiesa como una escritora sistemática, disciplinada, respetuosa del género en el que trabaja (una novela de misterio, digamos), pero cuya dinámica de escritura comienza con algo totalmente distinto: un impulso, una onda cerebral velocísima y un tanto salvaje que la lleva a tomar la pluma y escribir, un estilo impetuoso, urgente y absolutamente personal que la autora deja que suceda con maravilla y luego atestigua decepcionada cómo desaparece. Ferrante la llama “verdadera escritura”, algo que ha perseguido toda su vida y sólo encontrado en breves irrupciones que aparecen sin previo aviso. “En realidad estoy esperando —dice— a que mi cerebro se distraiga”. Como el olvido que no es olvido de Palahniuk, la distracción cerebral de Ferrante es una vía oblicua con que la escritura eleva su propio nivel y sangra por la herida de la autenticidad. Es una distracción que no es una distracción sino una liberación, una apertura de esclusas por donde fluye una escritura imperfecta, pero cien por ciento suya. “Para mí, la verdadera escritura es eso, no un gesto estudiado y elegante sino un acto convulsivo”, nos dice la autora. Escritura peligrosa, pues, siempre bienvenida.