Julio Trujillo

La grieta en lo simbólico

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En su discurso de recepción del Premio Formentor de las Letras, el gran escritor Pascal Quignard hizo un Quignard: metió la mano en el costal de la mitología, tomó una de las historias más célebres de Las metamorfosis de Ovidio, la fábula de Píramo y Tisbe, y nos la devolvió cargada de símbolos bajo la nueva luz de su lectura.

Cuenta Ovidio que, antes de que la muralla de Babel se derrumbara, sus muros se agrietaron. Esos muros separaban dos casas, la de la bella Tisbe y la del apuesto Píramo. El formato es conocido: los jóvenes se enamoran, los padres se oponen a su boda y les prohíben verse, pero el amor florece en la clandestinidad. Píramo y Tisbe se comunican a través de una pequeña grieta en la pared, haciendo de ella “un camino de voz”. Los amantes, percibiendo del otro lado sus respectivas respiraciones, se dirigen a la pared misma, llamándola envidiosa por alzarse como obstáculo entre ellos, pero inmediatamente reconsideran y confiesan que le deben el paso de sus palabras. Deciden escaparse y se citan esa misma noche junto a un árbol de moras blancas en las proximidades de un manantial. Tisbe llega primero, pero una leona ensangrentada la asusta y Tisbe huye, dejando caer su velo, que la leona destruye. Llega Píramo y ve las huellas de la leona y el velo de Tisbe ensangrentado y desgarrado. “Una misma noche —dice Píramo— acabará con los dos enamorados”, y se mata con su propia espada, salpicando de sangre la morera. Tisbe regresa, descubre a Píramo y se mata también ella, impidiendo valerosamente que la muerte los separe. Conmovidos, los dioses pintan para siempre a las moras de color rojo (y negro cuando maduran). Hasta aquí mi resumen grosero de la fábula de Ovidio, cuyo desencuentro final nos recuerda a Leandro y Hero, a Romeo y Julieta…

Pero Quignard, característicamente, le da la vuelta, encuentra nuevos enfoques, hace resplandecer la vieja fábula. Dice el autor de Las solidaridades misteriosas que la obra es muy exigente (yo decido leer “poema” en lugar de “obra”), que te despierta en la madrugada con la ocurrencia de una frase, una entonación. La obra no duerme, y por eso “acompaña a los pájaros”, la obra está al acecho, como una fiera, como (y entonces la magia de Quignard cobra sentido) “una leona que va a beber a un manantial”. Al terminar de contarnos la fábula de Píramo y Tisbe, Quignard puntualiza: “Siempre hay un felino merodeando cerca de nuestro manantial […] Siempre hay un gato junto a la ventana. Un león junto a la fuente”. El gato es la poesía vigilante, insomne, que acompaña a los pájaros del alba. La obra nos acecha, y no viceversa, y, como una leona que levanta la cabeza y observa a su alrededor, no responde a ningún requerimiento ni a ningún destinatario. Dice Quignard: “Tan sin destinatario como las cornamentas enmarañadas y magníficas que lucen en sus cabezas los ciervos del bosque”.

Pero la interpretación de Quignard no se queda ahí, y el remate de su discurso de aceptación del Premio Formentor termina con dos frases breves que podrían inspirar miles de páginas. Una de ellas es: “La literatura es ese camino de voz en la muralla de Babel”. Y la otra: “El arte es la grieta en lo simbólico”.