Julio Trujillo

La música del otoño

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julio Trujillo
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hace doscientos cuatro años, el 19 de septiembre de 1819, el poeta John Keats caminaba por la ribera del río Itchen, cerca de Winchester, cuando pareció manifestarse ante él, en toda su decadente majestad, el otoño. Keats sintió una diferencia en el aire, “un clima áspero”, una especie de calidez en la llanura, y volvió a casa y escribió, de una sentada, su oda “Al otoño”, celebrada desde entonces y hasta hoy como un poema, sencillamente, perfecto.

La composición fue la culminación del annus mirabilis en el que ya había escrito y dejado a la posteridad sus odas “Oda a una urna griega”, “Oda a la indolencia”, “Oda a la melancolía”, “Oda a un ruiseñor” y “Oda a Psique”, además de sus poemas largos “Lamia” e “Hiperión”. Sus problemas financieros eran muchos y graves, su salud comenzaba a decaer, pero Keats trabajaba sin parar, y su objetivo diario era escribir, al menos, cincuenta versos. En ese contexto se produjo la redacción del poema “Al otoño”, que consiste en tres estrofas de once versos cada una, estrofas que representan la evolución de la estación, que comienza en la fertilidad, pasa por la cosecha y termina en el anuncio del invierno. Haciendo uso de la prosopopeya, Keats personifica al otoño y se dirige a él (o ella): “Quienquiera que te busque ha de encontrarte / sentada con descuido en un granero…” Y se duele del paso del tiempo con un clásico ubi sunt: “¿En dónde con sus cantos está la primavera?”, y responde, siempre dirigiéndose al otoño: “No pienses más en ellos sino en tu propia música”. El poema se publicaría un año después en el libro titulado Lamia, Isabella, The Eve of St. Agnes and Other Poems. En 1821 Keats moriría en Roma a los veintiséis años de edad.

Ciento treinta y tres años después de la ejecución de la oda al otoño de Keats, otro poeta, pero éste en plena madurez, Pablo Neruda, escribiría también una extraordinaria “Oda al otoño”. El chileno también percibe un cambio en el aire:

“Se respira

el cambio

de fronteras,

de la humedad al viento,

del viento a las raíces.

Algo sordo, profundo,

trabaja bajo la tierra

almacenando sueños.

La energía se ovilla,

la cinta de las fecundaciones

enrolla sus anillos”.

Versos brevísimos característicos de esa etapa ligera, aérea de su producción, y la potencia de su imaginario: “la cinta de las fecundaciones enrolla sus anillos”. De Winchester hasta Isla Negra, del siglo XIX al siglo XX, la poesía ha dado una maroma espectacular. Neruda también voltea a ver a la primavera, para afirmar lo fácil que es encender todo lo que nació para ser encendido. Lo difícil es ser otoño, “apagar el mundo”. Y no puede evitar, sin duda con la oda de Keats en mente, también dirigirse al otoño y personificarlo con estas palabras:

“Camarada alfarero,

constructor de planetas,

electricista,

preservador de trigo,

te doy mi mano de hombre

a hombre

y te pido me invites

a salir a caballo,

a trabajar contigo”.

Mira que decirle “electricista” al otoño es de una delirante genialidad, la misma de Keats que puso a la estación a moverse y declinar en tres estrofas. Dos odas, una estación y el duende de la poesía trabajando en ambas. Así da gusto recibir al electricista.