Julio Trujillo

Las palabras de Louise Glück

ENTREPARÉNTESIS

Julio Trujillo
Julio Trujillo
Por:

Qué extraordinaria noticia el Premio Nobel de Literatura para Louise Glück, que se da como la excepción necesaria que confirma la regla, cada cierto tiempo, del espejismo y la oquedad de los premios.

Y en qué año, uno de pauperización de la política y de pandemia, nuestra peste. Un premio bien dado, que desvió su mirada de los sospechosos comunes y la sorprendió incluso a ella, quien lo primero que dijo fue necesitar un café. No que Louise Glück sea una desconocida: ha recibido muchos premios, y la aldea desde la que concibe sus contundentes poemas se llama Nueva York, Long Island, Boston. Pero es, o era, una poeta moviéndose tranquilamente en las aguas marginales de ese género literario, sin haber sentido nunca sobre su cabeza el aleteo de las alas del marketing. Una docena de libros en cincuenta años de escritura, sin prisa, perfeccionando “la arquitectura de la intimidad”, e incluso y también “la agonía del ser”. Una poeta haciendo lo mejor que puede hacer un poeta: cuidando las palabras de la tribu. Sus palabras, sin duda, serán buena compañía en este año excepcional y para siempre. Pero Louise Glück no apapacha, no reconforta, no miente, es clarísima en su versión de los hechos, brutalmente honesta:

“Ya que todo me había ocurrido

me ocurrió el vacío”.

Sus lectores agradecemos la interlocución adulta, la mirada sin filtros, la frágil seriedad. Agradecemos que la poeta, intrigada como todos por el enigma del tiempo, sepa dar una relación de hechos sin edulcorantes, expresada con esta contundencia:

“Hay lugares así por todas partes,

lugares a los que ingresas de joven

y de los que nunca regresas”.

Y, claro, la memoria, registro de lo que ya no es, descrita perfectamente en tres versos hoy multicitados:

“Observamos el mundo una sola vez, en la infancia,

lo demás es recuerdo”.

Louise Glück entiende al poema como un misterio que se va resolviendo conforme se lee e incluso conforme se escribe, de ahí su narratividad, su sabor de trama, su describirse a sí misma como un rastreador persiguiendo un aroma en el bosque : “Por supuesto, no tengo idea de lo que estoy rastreando, sólo la convicción de que lo reconoceré cuando lo encuentre”. Y la búsqueda es la vida misma, esa es la lección. Al comenzar a perder vocabulario con la edad, se alarmó: ¿y de qué voy a escribir ahora? La respuesta a esa pregunta fue clara: escribir sobre la pérdida de vocabulario, usar las herramientas que se tienen, no dejar nunca de dar testimonio, la búsqueda es la vida. En otro de sus poemas se piden deseos, como todos hacemos, y el suyo, su único deseo, es hermoso por todo lo que confiesa, por su casi desconcertante humanidad:

“Pedí lo que siempre pido.

Pedí otro poema”.

La idea de la muerte (y de la vejez), tan presente en su obra, no se nos presenta como un horizonte lúgubre sino como un hecho incontrovertible ante el cual nos definimos, con mayor o menor patetismo, con mayor o menor elegancia, con mejores o peores palabras, y Louise Glück sabe que sus palabras son también las nuestras, desde la antigua Grecia hasta hoy, palabras para resistir, para combatir sin aspavientos contra la declinación.