Poesía en cuarentena

ENTREPARÉNTESIS

JULIO TRUJILLO
JULIO TRUJILLO
Por:
  • Julio Trujillo

Se antojaba leer libros gordos en este confinamiento, grandes novelas pendientes. Al menos al principio de la pandemia, cuando el entusiasmo estaba intacto y el prospecto de estar encerrados con nosotros mismos trazaba proyectos ambiciosos. Después algo pasó, nos descubrimos inquietos, distraídos, nerviosos, y La montaña mágica (por poner un ejemplo personal, que además, por su temática, se me antojaba como lectura ideal) siguió acumulando polvo en un rincón culposo… Hay que tener cuidado con lo que se desea, y cuando por fin tuvimos toneladas de tiempo, éste nos aplastó. Se sabe que una definición heterodoxa, y fulminante, de “proyecto” es “algo que nos hace sentir bien con nosotros mismos y que no consumaremos”. Perdón, Thomas Mann, ya llegará nuestra hora…

Entra el poema, un comprimido no sólo de espacio sino también de sentido. Es un destilado, como un potente mezcal frente a la cerveza de la prosa. Pero es algo más (siempre es algo más, y en ese escurridizo “más” radica su encanto): el poema nos detiene durante un breve lapso de tiempo y el mundo parece detenerse con él para revelarnos algo, un sentido, una fórmula, tal vez la traducción de nosotros mismos, pues en su mejor momento el poema nos dice. El poema no parece transcurrir sobre la horizontalidad temporal sino en la vertical del instante, no se desplaza (porque no va a ningún lado) sino que baila, porque el ritmo es su esencia. Silesius dijo famosamente que “la rosa es sin por qué”, pues igual el poema es sin por qué, sólo sucede, y en esa gratuidad puede cambiarnos para siempre. “La poesía no es un reportaje, y sus noticias deben ser de una importancia permanente”, escribió Joseph Brodsky. ¿Noticias? ¿Qué noticias? Justamente las que, paradójicamente, permanecen, no las que se deslavan con el día a día. William Carlos Williams lo dijo de manera insuperable: “Es difícil encontrar noticias en los poemas, no obstante la gente muere miserablemente todos los días por falta de lo que en ellos se encuentra”. O sea las otras noticias.

No creo exagerar si digo que la poesía en cuarentena ha sido un bálsamo. No sólo para mí: he subido un poema diario desde mi cuenta de Twitter y la gente parece agradecerlo, querer esa fractura en su línea de tiempo, ese pasmo o estallido. Cuatro palabras de Antonio Machado, por ejemplo, llamaron la atención. No son cuatro palabras sacadas de contexto sino un texto en sí mismo, un misil hecho y derecho que, en el contexto en que vivimos, dio en el blanco: “Hoy es siempre todavía”. Hay algo en ese “todavía” que tensa la idea a la perfección, que agrega al clásico “siempre es hoy” una especie de urgencia, de testimonio instantáneo, de afirmación del extrañísimo “ahora” en el que llevamos meses instalados. Cuatro palabras escritas hace más de un siglo renovándose hoy y renovándonos a nosotros, diciéndonos, clavando el justo alfiler de su “todavía”. Es un extraño poder, el de la poesía, y sólo es inútil en ciertos niveles. No avanza, no entretiene, no alimenta, ni siquiera vende, pero de alguna misteriosa manera nos transforma, y aun nos salva de la miseria.