Leonardo Núñez González

La rebeldía de la Iglesia en Nicaragua

EL ESPEJO

Leonardo Núñez González*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Leonardo Núñez González
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En la novela Tongolele no sabía bailar, del nicaragüense Sergio Ramírez, se retrata la realidad política del régimen dictatorial de Daniel Ortega mediante una combinación de ficción y hechos verídicos. Las matanzas de estudiantes y manifestantes a manos de grupos paramilitares afines al gobierno avanzan de la mano con la ficción del investigador privado Dolores Morales, quien trata de revelar los hilos de la política palaciega de Nicaragua, por ejemplo. Entre los personajes más destacados hay múltiples padres, obispos y cardenales que son acicate del régimen, pero también sus víctimas.

Una de las escenas más duras de la novela, cuya venta está prohibida en Nicaragua, es cuando los universitarios tratan de huir de los grupos oficialistas que, armas largas en mano, están cazándolos para aniquilar los últimos focos de la rebelión estudiantil. Buscando refugio, entran a la iglesia de la Divina Misericordia, que está a unos metros de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, pensando que el recinto eclesiástico podría ser un espacio libre de la barbarie. No fue así. La iglesia recibió ráfaga tras ráfaga de pistolas, metralletas y fusiles de asalto durante más de 15 horas, lo que provocó que más de un estudiante perdiera la vida. La escena te deja frío en la novela y el sentimiento es peor cuando uno ve las fotografías de la iglesia llena de balazos, pues esto realmente sucedió en 2018.

Tanto en la novela como en la realidad, esto puso en el ojo del huracán a la Iglesia, pues ante las masacres y los avances autoritarios del régimen, muchos de sus integrantes se convirtieron en algunas de las voces que cuestionaron y denunciaron con más intensidad cada retroceso democrático y violación de derechos humanos.

El obispo Rolando Álvarez es una de esas voces incómodas. Debido a sus constantes críticas al Gobierno de Ortega y su esposa, Rosario Murillo, fue arrestado y trasladado a la temible cárcel de El Chipote, donde también fueron recluidos todos los opositores políticos, periodistas y críticos del régimen. Cuando en febrero de este año esos prisioneros políticos fueron subidos a un avión con rumbo a Estados Unidos, no sin antes confiscarles todos sus bienes y quitarles su nacionalidad nicaragüense, el obispo Álvarez decidió quedarse y plantar cara a la injusticia mediante un acto de dignidad y rebeldía. Como consecuencia, de inmediato fue sentenciado a 26 años en la cárcel La Modelo por delitos de “traición a la patria”, “menoscabo de la integridad nacional” y “propagación de noticias falsas”.

La semana pasada, Álvarez tuvo la oportunidad de salir del país, pues desde el Vaticano se ha tratado de negociar la libertad del obispo. El gobierno por fin ofreció el destierro a Roma, pero Rolando Álvarez volvió a alzar la voz y se negó, pues considera que es inocente y no ha cometido ningún crimen. De inmediato fue devuelto a prisión, pues su mera existencia es una denuncia internacional de lo que pasa en Nicaragua. Desde México, no podemos mirar a otro lado, pues esto no se trata de un asunto religioso: nadie tendría que huir de su país o ser perseguido por cuestionar al gobierno y lo que pasa en Nicaragua no puede ni debe normalizarse. El valor de alzar la voz debe ser reconocido.