Mauricio Flores

Cabotaje y el liberalismo patito

GENTE DETRÁS DEL DINERO

Mauricio Flores*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mauricio Flores
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

No faltan las opiniones proclives al proyecto de Andrés Manuel López Obrador de permitir el cabotaje internacional de aerolíneas, pues comparan esa apertura con los acuerdos de comercio internacional (como el que fue el Tratado de Libre Comercio y el actual T-MEC) por los beneficios que generan a los consumidores y el incremento de la eficiencia de las empresas que se adapten a un entorno de mayor competencia; pero se trata de un visión académica, de un liberalismo de manual, que omite lo más elemental: que en los acuerdos comerciales entre países el principio básico es la reciprocidad, mientras que la propuesta presidencial es una apertura unilateral, sin pedir nada a cambio.

Por ejemplo, Estados Unidos no permite vuelos de cabotaje, no permite la Octava Libertad, tampoco la Unión Europea a menos que sean aerolíneas de los países que le integran. Seguramente American Airlines, que encabeza Robert Isom, sería muy feliz de volar de Dallas a Guadalajara y de ahí a Cancún…, pero sin reciprocidad pactada, Viva Aerobús, de Roberto Alcántara, no podrá volar de la CDMX a Los Ángeles y de ahí a Nueva York.

Es decir, una apertura unilateral es entreguismo puro, ese que tanto gusta denostar López Obrador. Y lo es por sus consecuencias económicas equivalentes al canje de oro por espejitos.

Cacahuates y las vejigas del Sheik. Vaya, en los acuerdos comerciales, además de la reciprocidad, se pacta evitar los subsidios gubernamentales: y mientras que todas las aerolíneas del mundo recibieron diversas formas de subsidio gubernamental para sortear los efectos de la pandemia Covid-19, en México las compañías locales se tuvieron que rascar con sus propias uñas. Aeroméxico, que dirige Andrés Conesa, se tuvo que ir a Capítulo 11 para obtener nueva capitalización privada de 2,500 millones de dólares tras un duro ajuste en empleo, salarios y prestaciones entre pilotos, sobrecargos, personal en tierra y directivos. El gobierno mexicano no dio ni agua ni cacahuates.

En contraste, Emirates, del poderoso Sheikh Ahmed bin Saeed Al Maktoum, recibió de su gobierno una capitalización tamaño elefante de 3.1 mil millones de dólares entre 2020 y 2021, unas enormes vejigas para flotar que le permitió comprar 197 nuevos aviones… y reiniciar los vuelos de cabotaje Dubai-Barcelona-CDMX.

Sin impuestos y sin chamba. Los partidarios de abrir de par en par los cielos mexicanos, ignoran que las tripulaciones —por regulación internacional— deben contar con la misma nacionalidad de la aerolínea para la que trabajan. Por ejemplo, Air France sólo usaría pilotos y sobrecargos adscritos en Francia para volar París-Cancún-Veracruz. Los impuestos por esos empleos y las ganancias obtenidas por las aerolíneas internacionales se pagarán en sus países de origen, dejando sin ese dinero al SAT, que ahora encabeza Antonio Martínez Dagnino.

Los pilotos representados por Humberto Gual y los sobrecargos, que lidera Ada Salazar, no podrían trabajar para Air France, United, Copa o cualquier otra a menos que migren a otro país… o de patitas a la calle. A diferencia de lo que sucede en un acuerdo comercial donde una empresa que fabrica bienes, digamos Ford o Tesla, generan empleos directos en México (incluso a nivel directivo), la total apertura del servicio aéreo no crea, sino destruye empleos y captación fiscal en términos netos.

El ejemplo de Perú. Ahora que está de moda la mala relación diplomática con Perú, la nación que encabeza interinamente Dina Boluarte, tiene la peor conectividad aérea en América Latina pues hace 20 años decidió abrirse al cabotaje y no tiene aerolíneas locales que atiendan las rutas que no resulten atractivas.

El beneficio de una baja de precios por el cabotaje, quedó demostrado, es un espejismo de corto plazo; los precios de los boletos bajan inicialmente en las rutas de mayo demanda, pero al desparecer capacidad de transporte (por la desaparición de las firmas locales) los precios vuelven a subir por falta de competencia y se desconectan las rutas que no son atractivas para las aerolíneas de cabotaje. Vaya, el Aeropuerto de Tamuín, que impulsa Sectur de Miguel Torruco, para apoyar el turismo de aventura, quedaría tan solitario como carnicería en viernes santo.

El liberalismo de manual, por bien intencionado que sea, peca de ingenuidad y falta de conocimiento de los mercados reales.