Las olas. De la subjetividad a la metáfora de la memoria

FRONTERA DE PALABRAS

Mauricio Leyva.
Mauricio Leyva.*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Habitamos con soledades las ciudades que no podemos ocupar con los que somos; las posibilidades están allí en los rostros salvajes que tenemos, pero caminamos sobre hierbas de oscuridad hacia la orilla del risco; allí saltamos al pozo sin fondo de nosotros mismos. Esa caída es también el sobresalto, el recobrar la respiración, el aliento de golpe que trepa por la nariz y se siembra en los pulmones. La agitación que hincha los pulmones tiene nombre, ese nombre huele a sal, a humedad de brisa que alucinan los marinos; huele a aleta de sirena y a abandono de playa y se percibe triste como la arena de la noche. Justo en esa arena llegan Las olas de Virginia Woolf, el individualismo de seis puertos sin muelle que no saben en donde atracar sus almas, ni en qué lugar acampar el espíritu para dormir el cansancio de las palabras. A lo lejos, ecos líquidos con sonoridad de espuma resuenan seis veces: Rhoda, Louis, Susan, Neville, Jinny y Bernard y más allá una isla: Percival. Son Las olas, flujo de metáforas que van y vienen en un mundo subjetivo que, a través de la mirada de los personajes, nos construyen el mundo colectivo (la sociedad) que los rodea, que influye en sus emociones y motivaciones.  Ese mundo es el centro de Louis, personaje extraño que busca la aceptación y el éxito, es al mismo tiempo el desdoblamiento del ser por medio de las corrientes subterráneas del pensamiento así como de los conceptos de individualidad que cada uno representa. Rhoda lanza esta revelación íntima:

Por eso odio los espejos que revelan mi rostro verdadero. Sola, con frecuencia me sumo en la nada. He de mover los pies con gran cautela, para no rebasar los límites del mundo y caer en la nada.

Levitaciones poéticas que procuran decirlo todo. Allí está la figura romana del héroe-hombre, del ausente que en la belleza de la muerte juvenil se trasciende, Percival, adjetivado por los demás, perfilado por las voces que lo narran. Resalta en el espejo una cualidad, el que define al mismo tiempo se define, el lenguaje es el espejo semántico de nosotros ¿acaso la visión de Neville no nos sirve para conocerle también? En cuanto a Jinny, la social, la bella y erótica del grupo que junto a Neville (ésta más poseedora consciente de su poder sexual) constituyen un papel poco común aún en la actualidad.

La construcción de los personajes cada uno en sus monólogos interiores, brindan los conceptos de la individualidad y del “yo” interior que acepta o rechaza la comunidad (mundo objetivo) o sociedad que se impone o lo relega. Bernard, por ejemplo, es más pasivo que activo, se resiste a formar parte de la realidad que observa. Finalmente la bruma de la playa que levita sobre las olas se confunde con la espuma espesa de la vida; ambas se mezclan, se confunden hasta que una luz de muerte luminosa disipa su infancia hasta esa vejez de muerte que los hace polvo, arena y playa.  

Ellos, los Otros y los Nosotros llegan justo a esa nostalgia de existencia y el mundo simbólico vuelve a crecer como la hierba que marca las venas de la tierra. La posibilidad del ser, la individualidad que ya se ha formado ha cambiado las melodías del mundo. La gloria personal se ha esfumado, pero renace en los Otros, en los que estamos con el libro en las manos penetrados e invadidos por los destellos de Las olas de Virginia Woolf que llegan a nuestras costas a mojarnos los pies descalzos del lenguaje.