Stanley Kubrik: una retrospectiva

Mauricio Leyva
Mauricio Leyva Foto: larazondemexico

El sentido del misterio es la única emoción que se experimenta con más fuerza en el arte que en la vida (Stanley Kubrik)

El pasado 26 de julio se conmemoró el natalicio de Stanley Kubrik, uno de los grandes cineastas en la historia del cine. Un genio innovador, un hombre creativo que supo ser productor, guionista y fotógrafo y que construyó uno de los legados fílmicos más importantes en la producción del séptimo arte con una lista de películas que abarcan desde el humor negro y la crítica política hasta el suspenso y el terror. Kubrik, quien naciera en Nueva York el 26 de julio de 1928, tuvo una temprana pasión por la fotografía cuyo oficio fue de los primeros en practicar. Sin embargo, el cine era su destino. En palabras del mismo Kubrik: "El primer libro realmente importante que leí sobre cine fue The Film Technique de Pudovkin. Entonces yo todavía no había tocado una cámara de cine y me abrió los ojos al corte y al montaje".

De tal manera inició con la realización de cortometrajes para después producir filmes como Atraco perfecto (1956), novela de Lionel White, y que lo coloca en el centro de la atención, para después crear Senderos de Gloria (1957), por mucho considerada una de sus primeras grandes obras maestras, y luego filmar en 1960 la inolvidable Spartacus, un clásico de la época. Este inicio en su carrera y la evolución alcanzada en sus demás producciones lo llevarían por un camino único a grado tal que, ha sido considerado por muchos como un director de culto y uno de los mejores de todos los tiempos.

El conocimiento que Kubrik tenía de la psicología humana le permitieron reconocer sus miedos, sus motivaciones y sus deseos: "La razón por la cual, las películas son a menudo tan malas aquí, no es porque las personas que las hacen sean piratas cínicos que buscan el dinero. La mayoría de ellos están haciendo lo mejor que pueden porque realmente quieren hacer buenas películas. El problema está en sus cabezas, no en sus corazones". Kubrik tenía un instinto nato para detectar buenas historias, ese aspecto le permitió hacer adaptaciones formidables y llevarlas a la pantalla grande como sucedió con El Resplandor (1980), de Stephen King, o, la adaptación hecha al trabajo de Anthony Burgess para realizar La naranja mecánica.

El “hacedor de clásicos del cine” era perfeccionista, su búsqueda de la excelencia lo hacía repetir una y otra vez casi rodajes enteros hasta llevar a punto de quiebre, tanto a su equipo de trabajo, como a actores y actrices. Esta exigencia lo colocó siempre en medio de controversias, pero el resultado de su determinación consolidó su carrera y creó filmes incomparables que figuran en los mejores en la historia. A las películas referenciadas habría que agregar: ¿Teléfono Rojo? Volamos a Moscú, La Chaqueta Metálica, 2001: una odisea en el espacio, la espectacular Barry Lyndon, Lolita, El beso del asesino, Miedo y Deseo y Ojos bien cerrados, la última de sus películas, entre otros cortometrajes más.

Decía Facundo Cabral “hay que desconfiar de los genios porque muchas veces se hacen los muertos”, este es el caso de Kubrik, quien nos dejó dicho: "Si el hombre simplemente se sentara y pensara en su fin inmediato y en su horrible insignificancia y soledad en el cosmos, seguramente se volvería loco, o sucumbiría a un entumecedor o soporífero sentido de inutilidad". Por ello y un testamento fílmico que tiene ya un valor patrimonial para la humanidad, bien vale la pena acercarse de nuevo al maestro Kubrik.

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