Mónica Argamasilla

La literatura como reflejo de nuestro mundo

LAS LECTURAS

Mónica Argamasilla*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mónica Argamasilla
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hace algunos años leí la novela Suite francesa, de Irene Nemirosky, y recuerdo que me impactó, no sólo por su contenido, sino que ella, una autora judía que había huido de la Revolución rusa y que ahora vivía en París, estaba escribiendo acerca de un conflicto armado que estaba viviendo en carne propia, la Segunda Guerra Mundial, específicamente la ocupación alemana en Francia.

Irene había dividido su novela en cuatro partes; ella trataba de dar un testimonio mediante la ficción de lo que observaba. La primera parte habla de la llegada de los alemanes a París y cómo sus habitantes se disponen a abandonar una ciudad que ya no les pertenece. En ocasiones, Nemirovsky utiliza la ironía y el humor para poder ocultar el miedo que seguramente ella misma sentía.

La segunda parte transcurre en la campiña francesa, donde los habitantes deben aprender a convivir con los nazis, algunos incluso, debían dar alojamiento a miembros importantes del ejército. Este apartado se centra en los diferentes sentimientos que esta interacción fue despertando, el miedo, la impotencia, el coraje, e incluso historias de amor entre bandos enemigos. Muestran la parte humana de la guerra.

Pero lo que realmente me impactó fue saber que la tercera y la cuarta parte se quedaron incompletas precisamente porque a ella se la llevan detenida y la deportaron a uno de los tantos campos de concentración donde fue asesinada.

La novela no se publica hasta muchos años después, cuando una de sus hijas encuentra el manuscrito que la ama de llaves guardó tras la detención de Irene y su marido, luego de esconder a las niñas en un convento para salvarles la vida.

Es impactante como la literatura pudo servir de escape a una autora que seguramente estaba viviendo un miedo real. Quizá le servía de escape o alivio, o quizá sabiendo lo que le esperaba, quiso dejar un testimonio, que nadie olvidara de lo que vivieron los franceses durante la guerra. Además, ella ya había tenido que abandonar su tierra, Rusia, cuando los bolcheviques llegaron al poder. La autora sabía que nadie estaba a salvo del horror y pudo dejar un testimonio de lo que fue uno de los peores momentos de la historia moderna.

Hay muchos autores que plasman lo que en su momento se respira. Quizá lo hacen para poder expresar el miedo que produce la incertidumbre; pero lo verdaderamente valioso es que tiempo después, los lectores podamos conocer la verdad de primera mano. Ése es otro gran regalo que nos entrega la literatura.

En la última novela del cubano Leonardo Padura, Personas decentes, su personaje Mario Conde, el inspector de policía que le ha dado vida a las novelas policiacas del autor, debe resolver un crimen mientras se espera con ilusión la visita de Barack Obama a la Isla. Como ya hizo en su novela anterior, Como polvo en el viento, el autor habla de la desilusión que el proyecto revolucionario ha traído a la isla. A más de medio siglo del triunfo de la Revolución, Cuba atraviesa por uno de los momentos más complejos. A través de sus personajes se va entreviendo esa falta de esperanza entre las distintas generaciones. La que vivió la Revolución y creyó en ella, así como los que ya nacieron dentro de ese modelo y no han conocido otra cosa; sin embargo, las redes sociales y los cientos de cubanos que viven ya en el exilio, se han encargado de mostrar un mundo lleno de oportunidades al cual quieren aspirar. Por medio de personajes alegres y con la típica simpatía caribeña, el lector se va identificando con ese sentimiento de impotencia que vive el pueblo cubano.

La literatura no sólo es un medio de entretenimiento, es un universo que nos toca directamente. La capacidad que tienen los autores de hablar de aquello que los rodea es un regalo que ayuda al lector a conocer el mundo y principalmente sus problemas sociales para acabar siendo un documento histórico invaluable.