Mónica Argamasilla

Los maestros

LAS LECTURAS

Mónica Argamasilla*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mónica Argamasilla
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Siempre he sido maestra, aun cuando no lo era. Desde niña me gustaba estudiar explicando a los demás, y siempre supe que me agradaba transmitir lo que sabía. Ser docente es una vocación, es un llamado desde el interior para querer mostrar a otros aquello que nos apasiona. Contagiar el amor a los temas que nos mueven, lo que consideramos el eje de nuestro conocimiento.

La educación, estoy convencida, es la llave que abre las puertas a un mejor destino, a mayores y mejores oportunidades. Es un trabajo de dar y recibir, porque los profesores también aprenden de los alumnos, de su propia visión para entender el mundo.

Tengo grandes recuerdos de maestros que cambiaron mi vida, la manera en que yo percibía el mundo, esos profesores tenían algo en común: una pasión por lo que hacían, un fuego interior que contagia la chispa en el estudiante.

Los maestros son la puerta de entrada, aquellos que dan la bienvenida a temas que pican nuestra curiosidad. Ellos son el anzuelo. Una vez que la puerta ha sido abierta, el alumno es un explorador que sabe hasta donde quiere expandir su nivel de aventura, es decir, el trabajo del docente sólo se completa si quien aprende es receptivo, si es contagiado por aquello que el profesor nos quiere regalar.

Celebro que cada 15 de mayo se reconozca a los maestros. Durante la pandemia vimos como algunos hicieron esfuerzos sobrehumanos para reinventarse. Captar la atención del alumno por medio de una pantalla fue todo un reto, y hubó profesores que se superaron a sí mismos, que screcieron ante la adversidad y cumplieron con su labor. Gracias a ellos, la educación no se paralizó, y los estudiantes tuvieron continuidad. Enseñaron algo más, la capacidad de adaptación en tiempos de crisis.

Un maestro debe ayudar al alumno a pensar, a razonar por sí mismo. Estoy convencida que en esta era digital, donde la información es inmediata, la memoria no tiene la misma importancia de antes; ahora es la lógica la que nos ayuda a procesar la información, la que nos permite seleccionar lo que es valioso de lo que no, distinguir si determinados datos nos aportan algo o no. Por eso, la labor de un profesor está en que el alumno aprenda a seleccionar y ordenar aquello que vale la pena almacenar dentro de nuestro cerebro.

Ser docente requiere de paciencia, de empatía con el alumno, aprender a ver las cualidades que posee cada uno y potencializarlas y, por supuesto, ayudar a aquellos a quienes se le dificulte la materia, para que el conocimiento pueda anidar.

No hay nada más gratificante que ver a los alumnos crecer intelectual y emocionalmente. Ése es el objetivo de todo docente. Cuando un estudiante abre su capacidad receptora, el trabajo se vuelve placentero y se da un intercambio de conocimiento, la llamada retroalimentación. La admiración es el mejor regalo que puede recibir

un profesor.

Cada uno posee una forma única de transmitir conocimiento, ésa es la huella, su marca en el mundo. El tema a abordar también tiene mucho que ver con la forma en que se enseña. Hay tópicos que permiten una creatividad infinita para captar la atención del alumno, la única clave está en amar lo que se hace, sólo es la manera en que fluye el intercambio. Lo que se enseña con pasión, jamás se olvida.

El maestro debe estar en constante reinvención. Las generaciones cambian y requieren nuevas formas de aprendizaje, también debe mantenerse al corriente en las novedades académicas. El docente jamás deja de estudiar, para poder enseñar, se debe estar en constante aprendizaje.

Un maestro es aquel que deja una huella, el que ayuda a cambiar el mundo con su vocación y servicio. Hoy celebremos a todos aquellos maestros que han logrado dejar en nosotros una valiosa fuente del saber.

¡Felicidades, maestros!