Bernardo Bolaños

2022, multiverso de la locura

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bernardo Bolaños
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Que enfrentamos una crisis causada por el coronavirus, el clima y el conflicto en Ucrania (CCC), notaron en Davos. No se necesitaba ser demasiado listo para darse cuenta. Al menos, cuatro efectos de esa crisis nos golpean al mismo tiempo: alta inflación, crisis energética, inseguridad alimentaria y emergencia climática.

Pero al momento de interpretar lo que significa esa tormenta perfecta, pareciera que los analistas vivieran en mundos distintos, en universos paralelos. Para algunos, esta crisis puede ser la gran oportunidad para mejorar. Que se cierren los ductos de gas y aumente el precio de los combustibles fósiles, por la guerra y el boicot económico a Rusia, podría forzarnos a transitar hacia las energías renovables. Y que estén parados los puertos de China tampoco sería tan negativo, pues al perturbarse así, con un virus, las cadenas globales de suministro, muchas mercancías se producirán localmente. “Al fin le estamos poniendo un alto al Made in China” celebran algunos y creen que el resultado sería un mundo más sustentable y menos dependiente de las dos súper potencias autoritarias de Eurasia, que desafían la democracia.

El problema son los obstáculos a esa gran transformación. El camino hacia ese “mundo nuevo” está lleno de minas explosivas. En el mismo Davos se reconoce la posibilidad de caer en una recesión. No sería el “efecto tequila” de 1994, ni la crisis financiera de Estados Unidos en 2008. Éstas fueron crisis con causas locales. La actual tiene diversos epicentros y un crack en Wall Street se vería complementado con la llegada del invierno a lugares fríos desprovistos de combustible, con el recrudecimiento de la guerra entre Rusia y Occidente, con revueltas por falta de granos básicos en el sur global (este año, pues en los siguientes la tendencia podría alcanzar a las metrópolis de los países desarrollados).

El hambre genera, desde luego, violencia. En las grandes metrópolis, las insurrecciones de los hambrientos harían colapsar los sistemas financiero, de seguridad y de comunicaciones. Es la gran paradoja de hacer depender el desarrollo económico de la existencia de asentamientos humanos monstruosos, muy vulnerables en términos de suministro de agua potable y alimentos (Shanghai, París, Nueva York, Ciudad de México).

La humanidad ha visto el colapso de diversos imperios, pero nunca el de un sistema mundo como el que produjo la globalización. Confiamos en que, así como cayeron Roma o la civilización maya, pueda caer el sistema productivista tal como funciona hoy y que la gente no lo sufra. El problema es que somos 7.9 mil millones de seres humanos y muchos dependen estrechamente de los alfileres que sostienen a ese sistema mundo. Los afectados (sean los habitantes de grandes metrópolis, de Rusia, China o el sur global) no se resignarán pasivamente.

¿Qué hacer? Primero, salir de la locura de vivir en uno sólo de los universos paralelos: Davos o el pensamiento crítico, la fe intocada en el productivismo o el survivalismo que ya se resigna al colapso.