Mónica Argamasilla

La novela histórica

LAS LECTURAS

Mónica Argamasilla*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mónica Argamasilla
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Leer novela histórica es abrir la puerta al pasado, es una forma amable de conocer momentos históricos que fueron determinantes, un modo de reconciliarnos con datos, fechas y personajes históricos.

En una entrevista que le hice a Laura Martínez Belli —autora de La otra Isabel y Carlota— dijo que a veces la realidad no es suficiente para crear ficción, y ésa es exactamente la clave para que nos guste tanto este género, porque contiene la combinación perfecta entre la realidad y la ficción, es decir, une la HISTORIA en mayúsculas —fechas, espacios, costumbres, personajes históricos—, con la historia en minúsculas, los personajes producto de la imaginación del autor que se mueven, hablan y se desarrollan dentro de un escenario que está cimentado en la realidad, pero que puede poseer tintes imaginarios de igual modo. Es como si viéramos una obra de teatro, donde la escenografía es la parte histórica real y la obra es una mezcla entre hechos reales y ficticios.

Cuando se lee una novela histórica, la regla de oro es recordar que es una historia de ficción, es decir, el autor tiene la licencia de poder recrear una realidad, modificar el pasado o hacer que personajes reales y de su creación puedan interactuar, así que nuestro deber como lectores es poder diferenciar lo que es real de lo que no. A veces, si lo que queremos es aprender de la realidad, podemos complementar la lectura con una investigación alterna.

Otra de las ventajas que ofrece el género es que podemos conocer la verdadera dimensión de un hecho histórico de un modo más íntimo y humano, pues la historia deja de ser una explicación fría, simples efemérides o datos estadísticos, para ponerle rostro a aquellos que vivieron y sufrieron el momento, historias que no sólo hablan de momentos clave, si no que les imprime un tono personal. Podemos conocer las costumbres de la época y lo que pensaban los personajes. Ahí radica una de las claves para lograr una objetividad histórica, puesto que en una sola novela podemos enfrentar distintas ideologías, comprar distintos puntos de vista y conocer los hechos con una visión de 360 grados. Esto nos recuerda que la historia nunca es en blanco o negro, sino que tiene una gran tonalidad, todo depende del cristal con que se mire. En la ficción la historia no sólo la escriben los ganadores, la reescriben con cada historia individual que se narra.

Hace tiempo, cuando leí la novela de Peregrinos, de Sofía Segovia, hubo un capítulo que narraba la muerte de un niño durante un bombardeo en Prusia a finales de la guerra mundial, y al tiempo que lo narraba decía que aquel día 30 de abril de 1945, todos los libros de historia registrarían el suicidio de Hitler, y nadie hablaría de ese niño y las demás víctimas que también perdieron la vida ese día. Por eso me gusta tanto la novela histórica, porque pone un rostro humano, con un nombre y un apellido, con sufrimiento real, sentimientos que me parecen más cercanos a los datos históricos que memorizábamos en la escuela, sin detenernos a analizar que la historia no son sólo hechos y datos, sino que la componen personas reales que gozaron y sufrieron y cuyas vidas quedaron marcadas para siempre. Y eso es lo que cuenta la ficción.

Toda novela histórica lleva una investigación por parte del autor, quien a la vez logra contagiar al lector para que éste pueda realizar una nueva interpretación mucho más objetiva de aquello que alguna vez aprendimos, lo que nos ayuda a entender los momentos históricos bajo una nueva lupa que nos permite apreciar su verdadera dimensión y, por qué no, entender sus consecuencias en el mundo actual.