Mónica Argamasilla

El placer de la escritura

LAS LECTURAS

Mónica Argamasilla*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mónica Argamasilla
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

Escribir es un acto íntimo y personal, es vaciar el alma, los pensamientos y creencias en el papel. Escribir es una vocación solitaria, un diálogo entre el autor y su pluma.

Las palabras son los ingredientes con los que cuenta un autor. Todos tienen los mismos, es la forma que tiene al plasmar una idea lo que va creando un estilo, su toque personal, su propia sazón; y pocos autores cuentan con un estilo, una forma personal y característica de plasmar ideas en el papel. De hecho, los grandes premios, como el Nobel, lo que celebran es el estilo que posee un autor. Ésa forma única que tienen para comunicarse.

La misma idea se puede plasmar de muchas formas. Es el autor quien decide cómo acomoda las palabras, como las ordena, o qué tanto las adorna. Se puede utilizar un lenguaje poético y elaborado, o un lenguaje coloquial.

El autor define como estructurar sus ideas de acuerdo al espacio, la época o el ambiente en el que se mueve un personaje. Esto es lo que da validez a la estructura de una historia, que el lector pueda creerse lo que se va narrando. Por eso, escribir requiere mucho trabajo previo, sobre todo a la hora de escribir ficción.

En una entrevista que le hice a la española Paloma Sánchez Garnica, ella comentó que el escritor debe ser primero un lector. El novelista se nutre de otras ideas para ampliar su mente y vocabulario. El placer de escribir va de la mano del que produce leer.

No sólo se trata de vaciar la mente. Se trata de encontrar una historia que sea creíble para el lector, y es por eso que el primer paso es la lectura, la investigación previa.

Cada escritor tiene su propia técnica. Hay quienes estructuran todo el esqueleto de la novela antes de plasmarla en papel. Hay quienes afirman que son los mismos personajes los que van dictando su propia historia. Hay un diálogo íntimo entre el personaje y su creador. Cómo y qué piensa, qué le gusta, cómo se describiría. Y así va cobrando vida un ser que quedará atrapado entre las páginas de un libro hasta que venga un lector y le dé la oportunidad de existir de nuevo.

Un libro deja de pertenecerle al autor una vez que se termina de escribir y se publica. Ahora son los lectores los que le dan una nueva vida. La lectura es el choque entre dos mundos, el universo del autor y el del lector, y tomando en cuenta que cada lector es único, esta fusión se vuelve personal e irrepetible. Ése es el objetivo de la escritura, deleitar, entretener y causar reacciones en el lector. Una catarsis.

Una de las cualidades que debe poseer todo escritor es la imaginación. Esa capacidad de poder meterse a la mente de sus personajes y dotarlos de vida. Crear tramas que atrapen al lector, encontrar las palabras exactas para dar vida a las ideas, y para eso se requiere un talento especial, el de soñar, imaginar, viajar por otros espacios e incluso en distintas épocas. El trabajo del escritor es una vocación que tiene como objetivo tocar otras mentes, y esto requiere de mucha responsabilidad. Ampliar y transformar la visión del lector es tarea de todo buen escritor.

Escribir es una forma de comunicación que pasa la prueba del tiempo. Aun con la muerte del autor, su obra nos sigue hablando, trasciende barreras como la generacional y la del idioma.

Escribir requiere paciencia, tiempo. Es como ir cocinando un platillo elaborado que requiere del arte de saber cocer a fuego lento los ingredientes perfectos, y encontrar un sabor único, capaz de deleitar los paladares más sofisticados, el paladar del buen lector.