Mónica Argamasilla

El principito: un clásico para todos

LAS LECTURAS

Mónica Argamasilla*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mónica Argamasilla
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hace poco tuve la oportunidad de releer El principito para mis círculos literarios y fue una experiencia verdaderamente satisfactoria. Leerlo desde la óptica del adulto, me permitió encontrar una riqueza distinta de la que encontré en otra etapa de mi vida.

El principito es un clásico, una obra que no pierde su vigencia porque toca temas que son atemporales. El amor, la amistad y el sentido de la vida son tópicos que siguen ocupando la mente de los lectores actuales. El principito fue escrita por Antoine de Saint-Exupéry, durante la Segunda Guerra Mundial. El francés se encontraba en Nueva York junto con una delegación que buscaba que el gobierno estadounidense se involucrara en el conflicto armado.

El momento en el que fue escrito reflejaba un entorno de incertidumbre, odio, prejuicios y una pérdida de valores en general. El mundo se enfrentaba a la peor guerra jamás librada, así que el autor, por medio de una obra alegórica —una composición artística o literaria que tiene un sentido simbólico—, quiso ver el mundo desde la óptica de un niño.

El principito es un personaje que emprende un viaje por el universo donde descubre esa forma tan extraña que tienen los adultos de ver la vida, donde los valores esenciales y la capacidad de asombro se han visto relegados por lo material. A través de su viaje va comprendiendo el valor del amor, la amistad y todo aquello que es verdaderamente importante para el ser humano.

El principito es en realidad la representación del niño que todos llevamos dentro. La inocencia, la curiosidad, la imaginación y la capacidad de asombro que vamos perdiendo con los años, pero que todos podemos volver a recuperar si miramos en nuestro interior con los ojos del alma.

Un piloto que se encuentra en el desierto arreglando su avión es quien se topa con el personaje. Éste le va narrando su viaje por el universo y los personajes que fue conociendo en cada uno de los planetas que visitó. Ahí se encontró con distintos arquetipos que representan los vicios que todos llevamos dentro, pero que detectados a tiempo podemos evitar que se desarrollen (como los baobabs, esos árboles que suelen crecer tan grandes que se pueden volver una plaga y destruir lo que hay a su alrededor).

El principito tenía una rosa que había cuidado con cariño, pero ésta se volvió demandante y decide viajar por el universo dejándola en su pequeño planeta. Cuando llega a la Tierra se da cuenta que hay muchas rosas iguales a la suya. Él creía que tenía algo único en el mundo, pero no es así. Entonces, en uno de los momentos más hermosos de la lectura, el principito se encuentra con un zorro que le pide que lo “domestique”. El principito no entiende la palabra, así que el zorro le explica que cuando domesticas a alguien se vuelve importante para ti y tú para él, lo que significa establecer lazos. Éstos se construyen con tiempo y responsabilidad. Sólo entonces el otro se vuelve único y así comprende que lo que hace especial a su rosa es el tiempo que había invertido en ella; es decir, aunque hubiera muchas en el universo, solamente con ella había establecido un vínculo especial, comprendiendo así que lo verdaderamente esencial es invisible a los ojos. El tiempo y la dedicación que invertimos en las relaciones son lo que las vuelve únicas y somos responsables de aquello que hemos “domesticado”.

El zorro también le habla de la emoción que se desprende de la anticipación de estar con aquellos que nos importan, “si me dices que vienes a las cuatro de la tarde, desde las tres te estaré esperando.”

El principito está lleno de metáforas y alegorías, es una obra filosófica la cual busca que el lector se conteste a sí mismo las preguntas esenciales. Por eso, su lectura es significativa a cualquier edad, porque los seres humanos somos cambiantes y evolucionamos y no vemos las cosas de igual forma al madurar. Por eso, invito a todos los lectores a volver a viajar con el principito y encontrar al niño interior que todos llevamos dentro.