Pedro Sánchez Rodríguez

El abrazo

CARTAS POLÍTICAS

Pedro Sánchez Rodríguez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Pedro Sánchez Rodríguez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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No lo busquen más. Alivia el dolor, mejora nuestra salud y cura la depresión y la ansiedad. Mejora el IQ de los niños, disipa nuestros miedos y nos hace sentir bien todo el día. Es mejor que el limón y la miel, el té de manzanilla, las Cuatro Estaciones de Vivaldi y la homeopatía. Reconstruye la autoestima, ralentiza el paso de los años y es una sana alternativa a la promiscuidad y la guerra. Está documentado por Kathleen Keating: hace posible lo imposible y hace de los días felices, más felices. No es una copa, un pastel o una pastilla. El remedio no está al alcance de nuestras manos, está en nuestro corazón y en nuestros brazos. El mundo sería un lugar mucho mejor si todos nos abrazáramos.

El “a quién”, el “dónde”, el “cuándo”, el “cómo” y el “para qué” sobre los abrazos lo resume, muy bien y de forma satírica, la Nobel polaca Wislawa Szymborska, cuando reseña El pequeño libro de los abrazos de Keating: ¿A quién debemos abrazar? — Obviamente, a quien se deje. ¿Dónde y cuándo? — En todas partes, a todas horas. ¿De qué forma? — De muchas: existe el abrazo “del oso”, el abrazo “del sándwich”, el “abrazo de costado”, “por la espalda”, muchos otros. Lo importante es el ¿Para qué? — para demostrar nuestros democráticos y altruistas sentimientos. Todos somos elegibles para un abrazo, pero hay de abrazos a abrazos.

Hay abrazos que son históricos. El abrazo era un gesto que tenían reservados los soviéticos para otros líderes comunistas. Por ejemplo, el cariñoso abrazo de Fidel Castro, líder de la revolución cubana, con Nikita Kruschev, secretario del Partido Comunista soviético, en 1960 durante la Crisis de los Misiles. También es famoso el abrazo y el “beso fraternal socialista” (en la boca) entre los mandatarios de Alemania Oriental, Erich Honecker y el líder de la URSS, Leonid Brezhnev. La larga historia de caricias soviéticas terminó con el abrazo entre Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos y Mijail Gorbachov, últimos líderes de la Guerra Fría, en la Plaza Roja de Moscú frente al mausoleo de Lenin en 1988.

También hay abrazos que son sentencias. Para Mario Puzo, autor de la novela que inspiró El Padrino, el abrazo, entre la mafia italoamericana, es una despedida para los que iban a morir, un gesto de que lo que pasaría no era nada personal, sólo gajes del oficio. Hay los que son nocivos. Como el abrazo y beso del presidente republicano George Bush (hijo), presidente de Estados Unidos durante la invasión de Irak y la inundación por Katrina, al demócrata Lieberman que terminó por envenenar sus aspiraciones presidenciales. Los abrazos, aunque bien recibidos, no siempre son bienintencionados.

Pero también existen abrazos que son clemencias. Como los de los boxeadores que sin aliento rodean con sus brazos a sus rivales. Abrazos devastadores, de los padres y sus hijos en los andenes de Ucrania con rumbo a Polonia. Abrazos desoladores, entre los hijos que lloran la pérdida de sus padres por la pandemia. Abrazos desesperados, de novios cubriendo a sus novias entre golpes y cinturones en un estadio de futbol. Marchitos brazos y corazones quebrados de los padres que se despiden de sus hijos, víctimas de la guerra contra el narcotráfico. Apapachos al suelo, a las patas de un pupitre, a los pies de un maestro en Michoacán. Abrazos, por las que ya no están.

Abrazos hay de todos los tipos y de todas las formas. Pero definitivamente hay algo que no son: política pública. En México existen abrazos que se quedaron a deber, que no se dieron, que ya no se pueden dar. Nuestros medios institucionales han resultado insuficientes para resolver conflictos políticos, económicos y sociales de forma pacífica y, con esto, nos hemos mantenido en un subdesarrollo que no ha hecho nada más que producir más violencia. Abrazos, no balazos. Atender las causas de la violencia: mejorar el acceso a la educación, las condiciones laborales, la prestación de los servicios de salud, sin atender los efectos de la violencia de hoy es finalmente un balazo, pero en el pie. Mientras tanto, nos damos incontables apapachos, nos damos demasiados abrazos que, definitivamente, no nos tendríamos por qué dar.