Pedro Sánchez Rodríguez

La familia

FRENTE AL VÉRTIGO

Pedro Sánchez Rodríguez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Pedro Sánchez Rodríguez 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La familia es la institución fundamental de nuestra sociedad. Es en el hogar, en donde las personas construyen sus vínculos más fuertes, sus círculos de confianza y sus redes de apoyo, en donde conocen el amor incondicional, la fidelidad estoica y la lealtad más férrea. Es de las familias de donde surgen las comunidades, los pueblos, las ciudades.

Del seno familiar han surgido monarquías e imperios, empresas poderosísimas y linajes políticos que ocupan gubernaturas o presidencias. También, aunque corrompa la moralidad de esa célula básica, surgen mafias, pandillas y cárteles casi o literalmente endogámicos. Es tan fuerte el lazo de sangre que une a la familia que, a menudo, produce la ambivalencia de ser la esfera más vulnerable de un individuo y también su mejor protección.

En muchas partes del mundo, pero es notorio en México, la clase política, el empresariado y la delincuencia es fácilmente identificable por el apellido de quien las conforma. Hay apellidos de alta cuna que han dirigido estados, sexenios y que acaparan la producción en nuestras regiones. Primo-hermano de la corrupción, el nepotismo es una sombra que ha acompañado a nuestra sociedad y su señalamiento, suele ser, una herida que no coagula. Es difícil apartar del nombre de Carlos, el de Raúl, del Manuel el de León o el de Felipe de Luisa. En nuestros días, la familia, cuando se mediatiza, suele ser, más que mano derecha, pie izquierdo.

No deja de ser paradójico que, a pesar de que el sexenio del presidente Peña Nieto descansaba en los pilares de una tecnocracia insaciable, una racionalidad corrompida y un discurso ensayado hasta el hartazgo, los primeros cimientos que produjeron su derrumbe fueron los de su propia casa. A los escombros de su reputación y su credibilidad, a los restos de su honorabilidad, le siguieron incontables escándalos de toda índole que coloreaban las portadas de los diarios que mostraban el cáncer, como si fueran medios de contraste.

El presidente priista tenía razón cuando, al pedir perdón, admitió que los funcionarios públicos son también responsables de la percepción que generan. También tenía razón cuando afirmó que ese escándalo lastimó la investidura presidencial y dañó la confianza en el Gobierno.

Quizás lo más doloroso de las últimas semanas es que la investidura presidencial está nuevamente cuestionada. No deja de ser desconcertante que, a pesar de que el Gobierno más popular de la historia democrática del país tiene el objetivo de purificar la vida pública de México y que la patria no sea para unos cuantos, sino para todas y todos, vea su autoridad moral comprometida por lo que para unos es, y para otros no, una calumnia.