Rafael Rojas
Centrismo y extremismo en Brasil
VIÑETAS LATINOAMERICANAS
El proceso electoral brasileño confirma la tendencia a la polarización en la política latinoamericana. Cada vez es más frecuente que dos proyectos divergentes de nación midan fuerzas en elecciones pacíficas y competidas. De hecho, son muy pocos los países de la región que todavía sostienen leyes, normas e instituciones que impiden la participación equitativa de partidos y candidatos en la lid electoral.
En los últimos años, viejas interpretaciones de esa polarización a partir del apoyo o el rechazo al modelo neoliberal han perdido capacidad de persuasión. En la mayoría de los países, las políticas neoliberales han sido contenidas y en algunos, gobernados por la derecha, se tomaron medidas contracíclicas, durante la pandemia, más parecidas a la tradicional línea de la socialdemocracia europea, mientras en otros, regidos por la izquierda, se aplicaron planes de ajuste y austeridad.
No es el caso del Brasil, donde desde su llegada al poder, Jair Bolsonaro propuso un reforzamiento del sector privado y una reducción del gasto público, que recuerdan los patrones de política económica de los años 90. La ofensiva de Bolsonaro contra las pensiones y el déficit perdió impulso durante la pandemia, pero no ha dejado de formar parte de su proyecto de reelección, que busca atraer al empresariado, las iglesias y el ejército.
Es interesante observar, sin embargo, que en su campaña electoral, Lula da Silva no apela tanto a la caracterización de su adversario como “neoliberal”. Para Lula, el equivalente global de Bolsonaro es Trump, y no precisamente por ser un líder emblemático de la globalización y el liberalismo, sino por todo lo contrario. Bolsonaro sería el Trump brasileño, no por su neoliberalismo, sino por su populismo autoritario, su militarismo ascendente y su vocación aislacionista.
El énfasis de la campaña de Lula en los rasgos antiliberales de Bolsonaro denotan el centrismo del nuevo proyecto del líder histórico de la izquierda brasileña. Con su afiliación a la socialdemocracia, el candidato a la vicepresidencia Geraldo Alckmin ayuda en ese sentido. Bolsonaro, en cambio, pone el eje de su campaña en la burda identificación de la nueva izquierda democrática latinoamericana con el comunismo, castrismo y chavismo. El presidente asegura que Lula sumará un cabús a un tren populista, que tendría su locomotora en Venezuela y cuyos últimos vagones serían Chile y Colombia.
Mientras más centrista se muestra Lula, más extremista se proyecta Bolsonaro. Se trata de una campaña electoral basada en el miedo, como la que hemos visto recientemente en Chile y Colombia. Hace diez o cinco años, esas campañas eran eficaces porque el descalabro de Venezuela, Cuba o Nicaragua servía de contraejemplo. Ahora se hace más difícil la ruta extremista al poder presidencial porque hay gobiernos de izquierda con mayores credenciales democráticas y expectativas más favorables para los próximos años.
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