Rafael Rojas

Lecciones de anexionismo

APUNTES DE LA ALDEA GLOBAL 

Soldados caminan entre tanques destruidos, en Kiev, Ucrania.*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Soldados caminan entre tanques destruidos, en Kiev, Ucrania.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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La historia de las relaciones entre Estados Unidos, México y el Caribe, en el siglo XIX, está llena de pasajes que adelantan el modus operandi de Rusia en Ucrania. José Antonio Saco, reformista liberal cubano, señalaba en su ensayo Origen del movimiento anexionista en Cuba (1858) que “la injusta guerra que la Confederación Norteamericana declaró a México en 1846, y el triste desenlace que tuvo para esta república, que perdió una porción considerable de su territorio”, alentaron a los anexionistas cubanos a lograr la incorporación de la isla a Estados Unidos.

El anexionismo cubano y puertorriqueño se constituyó como movimiento político a partir de la invasión estadounidense a México. Tanto los whigs, con el presidente John Tyler a la cabeza, como los demócratas, cuyo candidato a las elecciones de 1844 sería James Knox Polk, eran partidarios de la anexión de Texas, Oregon, Nuevo México y California desde mucho antes de la guerra. Al cesar su presidencia, Tyler dejó listo en el Senado un tratado, respaldado por Samuel Houston y los colonos texanos, que aseguraba la incorporación de Texas a la Unión.

Entre 1846 y 1848, Estados Unidos emprendió una ocupación de México, que dejó como saldo aquellas anexiones, oficializadas en el Tratado Guadalupe-Hidalgo. Pero como ha recordado Peter Guardino en su libro, La marcha fúnebre (2019), la guerra fue contra todo el Estado mexicano y contra una nación extraña al sur de la frontera

En su conocido estudio The Winning of the West (1889), Theodore Roosevelt acuñó la tesis plebiscitaria de que “el gobierno de Estados Unidos no tuvo que hacer nada para apropiarse de Texas”, ya que la anexión era voluntad mayoritaria de los texanos. Toda la historiografía imperial norteamericana ha repetido la misma tesis desde hace casi dos siglos: fueron los anglosajones de las regiones fronterizas quienes se encargaron de verificar la pérdida del territorio mexicano.

El historiador cubano Ramiro Guerra refutó aquella tesis en un libro de título largo, La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países hispanoamericanos (1935), pero amenamente escrito. Ahí demostraba Guerra que el separatismo de una porción de colonos de Texas, Nuevo México o California siempre estuvo ligado a un proyecto de propagación imperial, impulsado desde Washington y que había comenzado con el avance sobre la Florida, Luisiana y zonas del Canadá.

Durante la campaña presidencial, Polk utilizó contra su rival, Henry Clay, la carta del expansionismo territorial y de la doctrina del “Destino Manifiesto”, formulada por el periodista John Louis O’Sullivan, que asignaba a Estados Unidos la misión de civilizar a los “bárbaros” hispanos. Su triunfo arrollador en los estados sureños intensificó de manera decisiva el anexionismo fronterizo

Señalaba Guerra en su libro que la elección de Polk en 1844 fue interpretada en Washington como un referéndum a favor de la anexión. Durante la campaña presidencial, Polk utilizó contra su rival, Henry Clay, la carta del expansionismo territorial y de la doctrina del “Destino Manifiesto”, formulada por el periodista John Louis O’Sullivan, que asignaba a Estados Unidos la misión de civilizar a los “bárbaros” hispanos. Su triunfo arrollador en los estados sureños intensificó de manera decisiva el anexionismo fronterizo.

Entre 1846 y 1848, Estados Unidos emprendió una ocupación de México, que dejó como saldo aquellas anexiones, oficializadas en el Tratado Guadalupe-Hidalgo. Pero como ha recordado Peter Guardino en su libro, La marcha fúnebre (2019), la guerra fue contra todo el Estado mexicano y contra una nación extraña al sur de la frontera. Muchos esclavistas sureños llegaron a demandar al presidente Polk y al secretario de Estado James Buchanan la apropiación total de México. El objetivo mínimo era la anexión de los territorios fronterizos, pero el máximo, la dominación de un país que los artífices de aquella guerra consideraban inferior, atrasado y peligroso.

Nada más parecido a aquella idea y aquel lenguaje imperiales que lo que proponen en estos días Vladimir Putin y los ideólogos rusos. Los territorios de Donetsk, Lugansk, Zaporiya y Jersón, como hace ocho años Crimea, fueron reconocidos como repúblicas secesionistas por el Kremlin, para luego pasar a su incorporación formal a la federación rusa, en un acto de patético nacionalismo y dominación en pleno siglo XXI. La invasión a Ucrania aspira a llegar a Kiev y destruir esa nacionalidad, según Putin, falsa y degradada, pero por lo pronto reporta a Moscú la oficial apropiación del 18% de las tierras de su vecino soberano.