Rafael Rojas

Madero contra el militarismo

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Rafael Rojas
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Vale recordar, en el debate sobre la Guardia Nacional, que en su texto programático, La sucesión presidencial en 1910 (1908), Francisco I. Madero dedicó el primer capítulo a cuestionar los efectos del militarismo en México. No pensaba Madero que la dictadura de Porfirio Díaz fuera únicamente militar, pero argumentaba que el militarismo actuaba en sus orígenes, evolución y permanencia.

Para el líder antirreeleccionista el militarismo era un legado de la dominación colonial. Recordaba que la gesta independentista, encabezada por Hidalgo y Morelos, había recurrido a la insurrección, y específicamente a la “guerra de guerrillas”, pero insistía en que desde las primeras décadas del México independiente emergió un “elemento civil” que inició los “trabajos de la democracia” en el país.

Ese elemento civil encabezó la refundación liberal de la nación durante la Reforma y la República Restaurada, a pesar de la larga década de guerras que se extendió entre 1856 y 1867. En las páginas que Madero dedicó a las revueltas de La Noria en 1871 y Tuxtepec en 1876, hizo explícito por qué entendía el militarismo como “causa” de la dictadura porfirista. Fue a expensas del control militar del país, que avanzó lo que llamaba el “principio del poder absoluto”.

Dos años después de la primera edición de su libro, Madero debió encabezar una nueva insurrección armada en México. Él mismo tuvo que enfrentarse a la posibilidad del reforzamiento del militarismo tras la llegada al poder de una revolución violenta. Sin embargo, su breve gobierno, entre noviembre de 1911 y febrero de 1913 —apenas un año y tres meses—, tuvo un marcado carácter civilista, como muestra inequívoca de coherencia a las ideas plasmadas en La sucesión presidencial en 1910.

El Presidente Andrés Manuel López Obrador es un gran admirador de Francisco I. Madero. Pero en su enfoque sobre el papel del Ejército en la democracia mexicana, se aparta del legado del presidente asesinado. Pudiera argumentarse que las condiciones históricas han cambiado lo suficiente como para que los riesgos del militarismo, denunciados hace más de un siglo por Madero, vuelvan a amenazar el país. Lo cierto es que esos riesgos no desaparecen sino cambian de forma.

Decisiones del actual Gobierno, como adjudicar al Ejército la gestión de aduanas y proyectos estratégicos de infraestructura o ponerlo al frente de la seguridad pública, abren la puerta al militarismo. Esa amenaza se agrava desde el propio discurso presidencial, toda vez que la tendencia a declarar prioridades del Gobierno como asuntos de “seguridad nacional”, alienta el traspaso de funciones políticas al Ejército y la Marina.

Más peligroso: el Presidente asegura sin tapujos que el reforzamiento del papel de los militares se debe a la búsqueda de continuidad transexenal de su proyecto de Gobierno. La que debiera ser misión del partido oficial, se transfiere a una institución de Estado, que tendría que ser apartidista.