Valeria López Vela

100 días en el infierno

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El domingo pasado se cumplieron cien días del primer pogrom del siglo XXI que dio pie a una terrible guerra que nos duele a todos. Las vidas de los ciudadanos palestinos caídos, de los soldados israelíes muertos en combate, de los civiles israelíes asesinados nos entristecen y lastiman —con independencia de las posiciones políticas que defendamos—.

Pero hoy, quiero escribir sobre los civiles israelíes que llevan cien días en cautiverio. La sola idea es espeluznante, pues regresar cada noche a casa, con los nuestros, al lugar donde se vive y se hace la existencia privada es un abrazo de felicidad indescriptible e irrenunciable. Hace cien días que los rehenes no tienen eso que usted y yo, querido lector, damos por supuesto.

El 7 de octubre, Hamas capturó a 240 civiles israelíes; hasta hoy, 136 continúan en cautiverio.

La información fidedigna que hay sobre los 136 rehenes de Hamas es poca. Se sabe que sobreviven en condiciones precarias, en túneles, alimentados con mendrugos y sin atención médica; además, que los humillan y los sobajan. También, que son utilizados como arma de terrorismo psicológico; apenas ayer, Hamas publicó un video en donde mostraba el cadáver de dos de los rehenes. Nadie, nadie se merece eso.

Confieso que no he dejado de pensar un solo día en Ariel Bibas, el pequeño pelirrojo de cuatro años que vimos en un video, en medio de la turba enardecida, los primeros días del conflicto. Ahí estaba Ariel, enredado, desorientado, mirando a todos lados y a ninguno, preguntando por su mamá; mientras que otros niños y adultos alrededor se burlaban de él, lo empujaban, le decían palabras que no comprendía.

Ariel estaba fuera de lugar; parecía que lo habían puesto en una película de ciencia ficción de la que desconocía absolutamente todo. Era tal su sorpresa que no alcanzaba a tener miedo; si acaso, desencanto y confusión.

En efecto, Ariel estaba y está fuera de lugar. Porque el único sitio en donde debe estar un chico de cuatro años es en su casa, con los suyos, entre sus rutinas y sus juegos. No hay nada que justifique que haya sido secuestrado de su mundo y de su infancia.

Hamas utilizó el mismo modus operandi de terrorismo psicológico con la familia Bibas. El 29 de noviembre del año pasado, anunciaron la muerte de Ariel, de su hermano Kfir y de su madre. Lo comunicaron a su padre, también en cautiverio, quien según el relato de una enfermera liberada, casi muere por el dolor de la noticia. Sin embargo, las FDI —Fuerzas de Defensa Israelí— no han confirmado el fallecimiento de los Bibas. Personalmente, aún mantengo las esperanzas en que puedan regresar a Israel.

No deseo para Ariel más que lo que yo tuve a los cuatro años: una casa segura en donde habitar, el cariño de los míos, la rutina de los juegos, los días de la infancia. No se trata más de un asunto de poder, leyes, historia o geografía. Se trata de algo tan simple y complejo como un asunto de humanidad.