Valeria López Vela

Diccionario de la maldad II

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“El verdadero modo de vengarse de un enemigo es no parecérsele”

Marco Aurelio

He seguido pensando en los conceptos que sostienen la estructura de la maldad. En la entrega anterior, escribí sobre la difamación, el asesinato moral, los discursos odiosos y los discursos de odio. Para esta ocasión, quisiera hablar sobre las mentiras. Importa discutir esto pues, aunque se trata de un concepto de vieja data, hoy nos enfrentamos a la corrosiva era de la posverdad que no es otra cosa más que la culminación del relativismo moral y del engaño.

Partamos de algunas definiciones clásicas. Los medievales sostuvieron que la veracidad “es la correspondencia o adecuación entre lo que la persona cree que es verdad y lo que la persona dice que es verdad”. En ese sentido, miente quien dice aquello que no cree que sea verdad. Con esta diferencia, se buscaba distinguir entre “mentiras” y “errores”.

Otra definición medieval era: “Mentir es rehusar la verdad debida”; esto es, no decir la verdad a quien tiene derecho a conocerla. Esta acepción permite establecer criterios concretos para revelar, o no, información, pues no estamos obligados a decir toda la verdad, a todas las  personas, en todo momento.

Además, las dimensiones del acto de mentir forman parte tanto de los razonamientos morales como de los razonamientos de la ciencia, pues cuando mentimos, alteramos con palabras las percepciones de la realidad y, al mismo tiempo, modificamos nuestro valor moral. Sabemos desde Aristóteles que “somos lo que hacemos repetidamente”, es decir: nadie puede caminar muy lejos de la sombra de sus actos.

La famosa “evidencia de carácter” confirma que el que miente suele hacerlo continuamente. Y, aunque hoy eso nos suene lejano, la realidad es que sabemos desde Aristóteles que “somos lo que hacemos repetidamente”, es decir: nadie puede caminar muy lejos de la sombra de sus actos.

En este siglo, los teóricos de la economía conductual han iluminado el asunto. En el famoso texto de Dan Ariely, ¿Por qué mentimos?, el autor escribe que: “Cuando se trata de engañar, nos comportamos prácticamente igual que cuando seguimos una dieta. Tan pronto empezamos a incumplir nuestras pautas (por ejemplo, haciendo trampas en la dieta o por alicientes económicos), somos más susceptibles de renunciar a nuevos intentos de control de la conducta —y en adelante hay grandes posibilidades de sucumbir a la tentación de volver a portarse mal—”.

Además, Ariely descubrió que el engaño es infeccioso y aumenta cuando los mentirosos forman parte de nuestro grupo social, pues nos identificamos con él. Esto hace que pensemos que mentir es aceptable en nuestro entorno.

Toda esta reflexión es para ayudarnos a entender que vivimos en una época de relativismo moral, propaganda y cinismo. Lo más grave es que desahucia la posibilidad de la confianza entre ciudadanos.