Valeria López Vela

Nicaragua en llamas

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos”

Jorge Luis Borges

Hace unos días, el Papa Francisco criticó fuertemente la situación en Nicaragua. El Pontífice criticó las violaciones a los derechos humanos, señaló a Daniel Ortega como un dictador, equiparable con los peores regímenes rusos o alemanes del siglo pasado. A raíz de esas declaraciones, Nicaragua cortó las relaciones diplomáticas con el Vaticano. Celebro la victoria del Papa Francisco, pues ¡no hay honor más grande que el desprecio de un tirano!

Desde hace tiempo la democracia nicaragüense agoniza. El gobierno de Daniel Ortega ha perdido todo respeto por las libertades ciudadanas: lo mismo ha perseguido a opositores que a periodistas; prácticamente, a cualquiera sobre el que pese la sospecha de impulsar un cambio en el gobierno —como ha ocurrido con algunos empresarios—.

Lo que ha ocurrido en Nicaragua es un laboratorio político que nos deja varios aprendizajes importantes. El primero es que guardar silencio frente a las atrocidades es inaceptable, por más incómodo que sea.

El segundo es que la posición de México es vergonzosa. La posición de la Doctrina Estrada es old fashion por decir lo menos. El silencio de nuestro país es tan obtuso como argumentar que los problemas de violencia doméstica no son un problema social; algo así como sostener que si golpean a mi vecina no debo reaccionar, pues “son problemas privados y no se debe intervenir en las relaciones ajenas; si a ellos les funciona, uno no debe entrometerse”. En ciertos casos, la no intervención se traduce en encubrimiento de las injusticias y respaldo a los abusos, y esto fortalece el incremento de la violencia.

El tercer aprendizaje se expresa en el aforismo de Borges: “Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose a ellos”. Y esto es, precisamente, lo que le ocurrió a Ortega: se convirtió en el dictador al que juró destruir.

El ejemplo más claro es la persecución a los opositores. Ortega ha ordenado, emulando al dictador al que luchó por derrocar, otra “Operación Limpieza” que, de acuerdo con Amnistía Internacional, está dirigida en contra de las personas que protestaban; la nueva versión de la Operación Limpieza incluyó “detenciones arbitrarias, tortura y el uso generalizado e indiscriminado de fuerza letal por parte de la policía y fuerzas parapoliciales fuertemente armadas”.

El cuarto aprendizaje es que los dictadores, más temprano que tarde, terminan traicionando lo que han jurado defender. Y que estos caprichos alcanzan hasta a las personas que, en algún momento, tuvieron los favores del régimen.

Hoy, las democracias de la región deben apresurarse a defender la separación de poderes y el juego de pesos y contrapesos si no quieren verse reflejados al espejo y parecerse a la dictadura de Daniel Ortega.