Valeria López Vela
Venezuela: elecciones con un gobierno populista
ACORDES INTERNACIONALES
El próximo año, los venezolanos saldrán a las urnas para decidir el futuro del Gobierno de Nicolás Maduro. Ni una nueva Constitución ni una inyección económica ni la rendición de la oposición pueden recomponer el rumbo de Venezuela; Maduro y su Gobierno están en un cruce de caminos que no llevan a ningún sitio y por eso deben dejar el poder.
Sin embargo, el tramado electoral, delineado desde la silla de Nicolás Maduro, dejó muy poco espacio para la contienda y exagerada solvencia para garantizar su reelección. A pesar del crecimiento de la congresista María Corina Machado, tengo pocas esperanzas en que alcance a dar la vuelta a otra elección de Estado. Creo que el populismo continuará en Venezuela, a pesar de todo.
Durante estos años, hemos visto la erosión —política, económica y social— de Venezuela; el papel de la oposición ha sido responsable y comprometido con la democracia.
Han intentado las vías jurídicas correspondientes para contener los excesos del Gobierno de Maduro; sin embargo, creo que esa prudencia, en especial la de Guaidó, terminó fortaleciendo al dictador.
La crisis política en Venezuela tiene al mundo en vilo. El régimen inaugurado por Hugo Chávez y heredado a Nicolás Maduro contó con la simpatía de las izquierdas globales por la apuesta económica que enarbolaba. Representó, en su momento, una opción para contrarrestar los excesos económicos del neoliberalismo latinoamericano. Y, en ese sentido, fue importante.
Sin embargo, los estragos políticos no tardaron en hacerse sentir: la democracia fue sustituida por el totalitarismo populista. La sociedad civil fue la primera en pagar por los devaneos económicos y por los caprichos políticos de Nicolás Maduro —un oligofrénico borracho de poder y adicto al dinero—, de Diosdado Cabello y de Vladimir Padrino López; todos ellos han sido ligados a las redes del narcotráfico internacional.
Pero en el Gobierno ni todo es política ni todo es economía.
El peso de los opositores —Henrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López y Juan Guaidó— ha sido definitivo para señalar el desorden que hay en Venezuela y que ha sumido en la desesperación a millones de personas. Sus liderazgos han sido prudentes y responsables, a pesar de la persecución y encarcelamiento injustificados.
El enfrentamiento por un modelo económico desencadenó una crisis política ocasionada por la corrupción y los vínculos delincuenciales de los gobernantes. La tensión fue causada por la ausencia de principios morales, de compromiso con la decencia, por la falta de respeto por la democracia. Y para eso, lamento escribirlo, no hay remedio: no hay farmacopea que cure dicha enfermedad.
Durante años he escrito sobre este tema, con la esperanza de que ocurra un giro que mejore el destino de los venezolanos. Todavía no ha llegado ese día, pero coincido con Luis Almagro: “Si algo no debemos al régimen de Venezuela es silencio”.
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