Valeria Villa

A un año de la pandemia

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa
Valeria Villa
Por:

El lugar común para pensar en crisis es en términos de lo ganado y lo perdido. La reflexión más profunda de lo que nos ha ocurrido desde marzo de 2020 transita en otras direcciones más incómodas y menos de sumas y restas. Por ejemplo, es inevitable pensar en cómo la vida se nos volvió una sucesión de pérdidas cotidianas, sociales, afectivas, de tiempo y espacio, de certidumbres elementales que nos permitían dormir por las noches, de planes y proyectos que quedaron sepultados debajo de la crisis de salud y económica que la pandemia trajo para todos, especialmente para los más pobres, que tanto le importan al gobierno en turno.

El proceso de duelo, descrito por Freud (Duelo y melancolía, 1915) significa que la pérdida tiene que aceptarse para poder depositar energía de vida en nuevas personas e ilusiones, que no sustituyen lo perdido, pero que abren posibilidades de volver a sentirse vivo. Si la sombra de lo perdido cae sobre el doliente, aparece la depresión. También Kübler Ross (Sobre la muerte y los moribundos, 1969) se encargó de estudiar y describir las distintas etapas del duelo. Pienso que nos encontramos aún en medio de la tristeza de las pérdidas y que aceptar la muerte, la negligencia gubernamental, la desaparición de rituales que nos vinculaban a los otros vía el cuerpo, para trabajar, divertirnos y amar, no es posible todavía, entre otras cosas porque la pandemia aunque parezca eterna, no durará para siempre. La relación de las personas con la realidad se hizo patente durante este año. Vimos aparecer toda clase de fanatismos y teorías de la conspiración. Para muchos fue preferible negar la gravedad del contagio para poder seguir con la vida como si nada pasara. Pulsión de muerte, diría el Doctor Freud, problemas con los límites, indispensables para el confinamiento, actitudes fanáticas y mesianismos, sustentados en la creencia de que la fe salva del contagio. Groseras mentiras para no perder popularidad política.

Para aceptar la nueva realidad pandémica, fue necesario tolerar la frustración y abandonar el principio del placer como motor de la vida. Conectarse con esta realidad, con toda su crudeza, es el único camino para cuidar la vida. Pienso que algunos desarrollamos un sentimiento de solidaridad colectivo, que no estaba tan vivo. Algunos hemos sido más afortunados que otros que perdieron la vida o que perdieron familia y amigos. Dolerse con los otros y entender que debíamos dejar nuestras rutinas y placeres para protegernos y proteger, es prueba del más elemental principio de realidad como rector de las decisiones. Descubrimos que nuestro yo es sobre todo cuerpo y que sin él, la vida se siente tan plana como las pantallas a las que nos hemos tenido que adaptar. Las pasiones de segunda, los vínculos frágiles, las cosas irrelevantes fueron desapareciendo. Es posible que cuando todo pase, las dimensiones de tiempo y espacio recobren su sentido: en qué vamos a invertir nuestras horas, a dónde vale la pena trasladarse, con quién queremos compartir el tiempo, tal vez se vuelvan actos mucho más selectivos.

David Whyte, el poeta irlandés/inglés, se dio a la tarea de profundizar el significado de algunas palabras de uso cotidiano. Dejo aquí un fragmento en traducción libre de su reflexión sobre la palabra crisis, que se puede encontrar en inglés en su libro Consolations (Canongate, 2019):

Las crisis son inevitables y llegan a nuestra vida por las dinámicas esenciales de la existencia, con nuestra falla esencial. La crudeza de la textura de la vida y la vulnerabilidad llegan mediante la necesaria, inminente e inevitable perspectiva de la pérdida: La noche oscura del alma. Las crisis surgen de nuestro interior, de la naturaleza inescapable de nuestras fallas y debilidades, de decepcionarnos a nosotros mismos y nuestros intentos por inventarnos nombres falsos y lugares falsos para encontrar un lugar en el mundo. La crisis externa, la ola inmensa, es una invitación a renunciar a ese yo inventado, y resurgir de esa ola renombrados y reordenados por una fuerza poderosa. Habitamos un mundo de luminosidad e intensidad, sujetos al viento y al clima, rodeados por la música de la existencia, capaces de una respuesta salvaje cuando se necesita. La crisis es un ensayo del acto de morir.