El género y su impacto en la salud física y mental

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

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Se confunden sexo y género. El primero hace referencia a las características determinadas biológicamente y el segundo es algo que se aprende, puede ser educado, cambiado y manipulado. El género es la construcción sociocultural del sexo y determina las características emocionales, afectivas e intelectuales, y los comportamientos que cada sociedad asigna como si fueran naturales a hombres y mujeres.

La psicoterapeuta española Sandra Toribio publicó recientemente un luminoso artículo sobre la importancia de la perspectiva de género para aproximarse a la comprensión del ser humano con una visión más amplia (https://www.psicoterapiarelacional.es/Portals/0/eJournalCeIR/V14N1_2020/13_SToribio_2020_Como-la-perspectiva-de-genero_CeIR_V14N1r.pdf). No sólo los estudios y la práctica psicoanalítica y psicoterapéutica en general explican la mente. También los estudios feministas, la antropología, la literatura y el periodismo con perspectiva de género informan lo que entendemos por persona.

Toribio expone algunas de las consecuencias que tiene el género en el desarrollo. A las niñas se les educa para ser más empáticas, comprensivas y afectuosas. A los niños se les prohíbe llorar y se les aplaude la agresión como camino para resolver problemas. Son profecías autocumplidas que se internalizan a partir de lo que los padres, la escuela y el contexto sociocultural en su conjunto, imponen como las formas permitidas de ser hombre y de ser mujer.

El género impacta la salud física y mental de las personas. Las mujeres, aunque viven más años, tienen una salud más precaria que la de los hombres y son mal diagnosticadas cuando sufren por ejemplo, conatos de infarto, porque presentan síntomas distintos a los del infarto masculino y puede mandárseles a casa a morir, pensando que lo que tienen es un ataque de pánico.

Las enfermedades mentales están muy bien diferenciadas en su prevalencia al comparar hombres y mujeres. Las mujeres constituyen el 90% de los casos de trastornos de la conducta alimentaria. Es imposible no asociar este número con el mandato sobre las mujeres para ser delgadas, pequeñas, casi invisibles. Para que ocupen el menor espacio posible, a diferencia de los hombres a quienes se incentiva a ser musculosos, a tener una presencia más imponente y a quienes se les tolera mucho más el tener un porcentaje de grasa alto. Las mujeres padecen más de depresión y ansiedad y los hombres de trastorno de conducta antisocial y suicidio. Pero no es la genética sino el género el que está detrás de estos números.

Las mujeres vienen a consulta a hablar de frustración por no poder hacerlo todo. Tienen triple jornada: trabajan en la calle, en la casa y son las responsables de los cuidados familiares. No es que les falte capacidad. Es que la estructura social no les permite traspasar cierto límite de desarrollo profesional. Es el llamado techo de cristal, que es evidente cuando contamos cuántas presidentas, primeras ministros y directoras de empresas hay en el mundo contra el número de hombres en esos puestos.

Los estereotipos de género limitan fuertemente el desarrollo de hombres y mujeres como seres libres. Los hombres sufren para expresar sus emociones pues desde pequeños se les censuran. Decir que todos los hombres son infieles por naturaleza o que las mujeres son locas por culpa de las hormonas, es reducir lo humano a una caricatura.

“El amor ha sido el opio de las mujeres así como la religión el de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban”. Esta frase de Kate Millet pone el dedo en la llaga: mientras el amor signifique sometimiento y no una relación entre iguales, no habrá un buen amor, libre e igualitario. Mientras el juego del amo y el esclavo sea el único que hombres y mujeres puedan jugar, no habrá espacio para el respeto por las diferencias y sí para el control, el dominio y la violencia del victimario sobre su víctima.