Valeria Villa

¿Dónde ponemos en la mente lo que no podemos entender?

LA VIDA DE LAS EMOCIONES

Valeria Villa*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria Villa
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Tal vez escondemos lo incomprensible con la esperanza de que desaparezca. O lo ponemos en un lugar especial mientras investigamos, intentando entender.

Lo que no entendemos a veces nos obsesiona y entonces cobra un lugar preponderante en la vida, casi como si fuera un motor para que la mente funcione.

Los de espíritu práctico, cuya prioridad es no desgastarse (y no sufrir) hacen a un lado lo que no entienden, niegan su importancia y creen que lo hacen desaparecer. Utilizamos diversos mecanismos defensivos para acomodar en la mente lo que no podemos entender. Por ejemplo, racionalizando la falta de amor de una pareja, justificándola porque tiene mucho trabajo; los abandonos y negligencias durante la infancia siempre buscan algún tipo de explicación porque nadie quiere pensar que tuvo malos padres: porque eran muy ignorantes, sufrieron maltrato, no sabían educar o estaban deprimidos. Estas razones a veces tienen sustento en la realidad y a veces son ficciones necesarias para hacer la paz con la historia. Todo lo que no entendemos siempre está latente en nuestro pensamiento. A veces soñamos con lo enigmático de nuestra vida, rara vez en la forma de respuestas y más como un recordatorio de aquello que se quedó sin resolver y que se vuelve presente perpetuo. Por qué se acaba el amor, por qué no hay modo de llevarse bien con un hijo, por qué fallamos una y otra vez en nuestro intento por abandonar una adicción o en nuestras ganas de tomar esa decisión difícil, ¿de qué y cómo nos enamoramos, ¿por qué nos traiciona la gente que dice amarnos?

Es común no entender por qué un padre fue tan obsesivamente estricto o enloquecedoramente caótico. El primero olvidó que el cariño era más importante que el cumplimiento del deber. El segundo era capaz de armar una fiesta de la nada aunque después no hubiera nada para comer. Al hablar de sus historias, algunas personas no tienen claro porqué se enamoraron sus padres, porqué se divorciaron, en qué momento se rompió la relación con esa hermana, porqué el exmarido se fue a la quiebra si era un tipo inteligente. Aunque pueda ser doloroso, es mucho más interesante la vida cuando se puede hacer un relato más o menos frontal y más profundo de la propia historia. También es verdad que hay cosas que jamás entenderemos, incluso de nosotros mismos, porque el autoconocimiento es tan limitado como nuestra humanidad. Poblar la mente de preguntas sin responder, buscar activamente las respuestas o por lo menos inventarlas, es una forma de apropiarse de la existencia. Los enigmas dan origen al deseo de saber. Una vida que no quiere saber es una vida a medias. Los laberintos de la mente son un juego que a veces da miedo. No es posible dejar de lado el descubrimiento freudiano del inconsciente. Estamos estructuralmente escindidos, partidos en dos: en la parte consciente y en la inconsciente. Por eso es imposible aprehender al hombre en su totalidad. Porque sólo contamos con el lenguaje para delatar nuestra verdad, la de la represión. El inconsciente es el lugar de la verdad. Todo aquello que no podemos entender constituye el mito individual del neurótico. Es el pequeño gran drama de nuestra

constelación familiar.