Retén el beso* (II)
LA VIDA DE LAS EMOCIONES
El amor siempre puede pasar de bálsamo a tortura. Parecía el remedio ante el dolor de vivir y se revela como lo que agudiza ese dolor. El amor expone nuestra vulnerabilidad, resaltando la naturaleza incurable de nuestra carencia. En la separación de los amantes, lo que antes era deseable e irresistible en él o ella se vuelve insoportable o indiferente. El amado se transfigura en un cuerpo extraño por haberse vuelto demasiado familiar para seguir siendo deseado. Lo más cercano se revela como lo más extraño. La frialdad, el conflicto, la desesperación, caen ahora fatalmente entre los dos. El hechizo se ha roto.
La muerte de un amor puede producirse por extinción o desgarro. La extinción podría ser el final natural del amor entre los dos: algo se ha agotado, ya no funciona, se ha apagado. El amor ha dejado de arder, ya no puede perdurar. El desgarro implica en cambio el corte de la separación, que recae sobre aquel de los dos que sigue queriendo, sobre aquel que habría querido seguir enamorado.
Cuando termina un amor, termina también el mundo que los dos han generado. Sus cosas, sus rituales, su memoria, sus viajes, sus restaurantes, sus libros, sus hogares, la unión de sus cuerpos. Separarse no significa solamente distanciarse. Separarse es perder no sólo al otro que ya no está sino también una parte de nosotros mismos, de ahí el inevitable efecto depresivo que acompaña a toda separación.
Para Freud se trata de una especie de vaciamiento, una hemorragia libidinal. Al irse, el otro se lleva consigo mi propia libido, mi propio deseo. El sujeto abandonado se empobrece, se vacía, se siente descartado, devaluado. En Fragmentos de un discurso amoroso, Barthes escribe: “La separación es el apagamiento fundamental que caracteriza al objeto que en otros tiempos me amaba, me respondía, pensaba en mí. El amor que ha terminado se aleja hacia otro mundo a la manera de una nave espacial que cesa de parpadear: el ser amado resonaba como un clamor y helo aquí de golpe apagado (el otro no desaparece jamás cuándo y cómo se lo espera)”.
La elaboración del duelo es necesaria para desprender al sujeto de la sombra del objeto perdido. ¿Cómo podemos reemprender nuestra vida después de la muerte de un amor? ¿Cómo podemos volver a amar? Se trata de una tarea dolorosa que requiere tiempo, dolor psíquico y memoria. No hay un duelo rápido. El tiempo psíquico del duelo no sirve para olvidar el objeto, sino para recorrer nuestra vida con él, para recordar el amor que ha habido. Se trata pues de devolver la libido absorbida en el otro a nosotros mismos.
Otro posible y muy frecuente destino de la separación, alternativo al duelo, es el del odio. Si la separación se vive como una traición al pacto, como una herida narcisista, como una violencia, una ofensa sufrida, es frecuente que el odio sustituya al antiguo amor. Si el otro ya no me ama, se hace necesario destruir su imagen, convertida en una fuente de dolor. Lacan afirma que el odio es una carrera sin límites: no hay paz, no hay término, no hay fin, no hay satisfacción en el odio.
Los amores que perduran son aquellos en los que cada uno de los dos tiene cierta familiaridad con su propia soledad. El amor es el encuentro de dos soledades. El amor que perdura no se funda en absoluto sobre la proximidad y la fusión de los dos, sino en la distancia, sobre el no compartir. La existencia del amado es una incógnita que nunca podrá traducirse íntegramente. Su vida que yo siento unida a la mía, nunca será la mía.
*Retén el beso (Lecciones breves sobre el amor), Massimo Recalcati, Anagrama, 2023
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