El día del Presidente

El día del Presidente
Por:
  • javier_solorzano_zinser

Los informes presidenciales eran conocidos como “el día del Presidente”. Las crónicas sobre ellos son el elogio y veneración al mandatario en turno.

Al Presidente se le veía a detalle. Se contaban las veces en que era interrumpido por aplausos, daban cuenta de las ocasiones en que se quitaba el sudor y el número de adjetivos que utilizaba a lo largo de actos que podían durar hasta cinco horas, que servían para lanzar un elogio más: el aguante del Presidente.

Si bien tenía un sentido informar, no se tienen elementos para saber con claridad qué tanto de lo que se decía era cierto y qué tanto se estaba ante números y cifras que no había manera de poder comprobar.

Se presentaba una breve respuesta al informe que, por supuesto, era igual de laudatoria y similar a lo se vería al día siguiente en la prensa o noticiarios; todo se aderezaba con las salutaciones y felicitaciones.

Se hacían largas filas después del informe para festejar y llenar de más adjetivos Presidente. Las crónicas narraban el número de saludos y ponían particular énfasis en aquéllos, rara vez en aquellas, a los que el Presidente les dedicaba momentos de conversación y abrazos.

Si bien toda la parafernalia tenía su razón de ser, era evidente que todo terminaba en una pleitesía descarada hacia el Presidente.

A finales de los 80, las cosas empezaron a cambiar. Las transmisiones por televisión del informe eran caóticas y llenas de indicaciones para los conductores. Recuerdo una, en que de manera torpe y autoritaria no le permitieron a Porfirio Muñoz Ledo interpelar a Miguel de la Madrid.

Es probable que éste sea uno de los grandes antecedentes que le dieron un giro a los informes presidenciales. A partir de aquello, ya nada fue igual.

La oposición se hizo valer en los actos, al increpar a los Presidentes.

El cambio total se presentó con Vicente Fox. No lo dejaron entrar a San Lázaro, teniendo que entregar el informe en el lobby de la Cámara de Diputados; a partir de ese momento los Presidentes dejaron de acudir al Legislativo.

Se ha medio intentado hacer algo, pero no se han dado las condiciones. La comunicación entre el Ejecutivo y Legislativo acabó dándose a puertas cerradas en Los Pinos o en Palacio Nacional. Por más que se encontraran los Poderes, lo que es un hecho es que en los últimos 18 años no se ha establecido este diálogo ante la sociedad.

Los desencuentros evidentemente no eran casuales. Se transitaba por una infinidad de agravios, que la oposición trataba de señalarlos y evidenciarlos. Era la suma del ejercicio del poder, elecciones llenas de trampas, corrupción, impunidad y mucho de lo que seguimos viviendo.

Nunca como ahora se han dado condiciones tan favorables para reestablecer el diálogo ante la sociedad. López Obrador es un Presidente con una legitimidad histórica; sin embargo, ha anunciado que no asistirá a San Lázaro y que leerá la mañana del 1 de septiembre su informe; y que será hasta la tarde cuando la titular de Gobernación se lo entregará a los legisladores, en un lance en que sin duda alguna pasan a segundo plano.

El Presidente tendrá sus razones, pero no puede soslayar que es fundamental el diálogo directo entre los Poderes, pues son espacios que fortalecen la vida democrática y la civilidad de una sociedad. Son procesos de enseñanza-aprendizaje que van formando y desarrollando una cultura democrática en niños y jóvenes.

El Gobierno tiene prisa. Escucha poco y cuando lo hace, termina por escucharse a sí mismo. Está a la vista la deteriorada oposición en el Legislativo, pero ella conforma el espectro político de nuestra sociedad.

Dialogar y debatir construye gobernabilidad. Ya no fue este año, pero sería, desde todos los puntos de vista, saludable que se haga el año que entra.

Nunca se gana para siempre y nunca se pierde para siempre.

RESQUICIOS.

La oposición ya se dio cuenta de que si no actúa aliada no va a llegar ni a la esquina. A ver qué sale del champurrado llamado “Futuro 21” y de la reedición del PRIAN.