El terror a la muerte

El terror a la muerte
Por:
  • yolanda_pica

Hace tres días participé en San Luis Potosí como conferencista en el XXXVIII Congreso Internacional de la AMETD, que se dedica al dolor y los cuidados paliativos. Mi colega el Dr. Ramón Arellano continuó con una interesante plática titulada “ Suicidio en el paciente terminal”. Al llegar al segmento de preguntas y comentarios uno de los asistentes dijo: “algo pendiente es el tema de la eutanasia en nuestro país, pues yo creo que aunque todos sabemos que vamos a morir a ninguno nos gustaría hacerlo con dolor, lleno de tubos en un hospital”. Empezó el debate que siguió a la aclaración de que en nuestro país está autorizada la eutanasia pasiva desde 2008, que permite a personas con enfermedades terminales (o a sus parientes más cercanos), si se encuentra inconsciente, rechazar medicación y tratamiento que puedan extender la vida.

Pero sólo está autorizado en tres estados: Aguascalientes, Michoacán y Ciudad de México, siempre y cuando exista un documento llamado Voluntad Anticipada, el cual generalmente requiere que un Notario Público atestigüe las instrucciones dejadas por el paciente.

En la semana en la que en nuestro país se honra a la muerte, nos lleva a reflexionar acerca de

su significado para el ser humano.

Ernest Becker ganó el Premio Pulitzer en 1974 por su libro La negación de la muerte, para el que realizó una gran reflexión que integra el psicoanálisis, la filosofía  y la antropología. Lo empezó a escribir dos años antes de su propia muerte cuando fue diagnosticado con cáncer de colon. Puntualiza dos reflexiones: 1) el ser humano es el único animal que puede conceptualizarse en forma abstracta. Un perro no se puede poner a pensar en su carrera profesional, en los errores que ha cometido, en qué hubiera sucedido si hubiera hecho algo distinto. Debido a nuestra capacidad de pensar en nosotros en forma hipotética, sabemos que nuestra muerte es inevitable y al ser capaces de encontrar realidades alternas podemos imaginar la realidad sin nosotros. Tener esta conciencia nos lleva a un “terror a la muerte” que es una ansiedad existencial que subyace a todo lo que nosotros pensamos y hacemos. 2) para Becker, los humanos hacemos una dualidad del “Yo”: uno que es el “físico” que come, duerme, se encarga de nuestras funciones básicas; y otro, que es “conceptual”: nuestra identidad y cómo nos vemos a nosotros mismos. El argumento es éste: al saber que nuestro “yo físico” eventualmente morirá tenemos un miedo que nos incómoda todo el tiempo. Con la finalidad de compensar la inevitable muerte luchamos porque nuestro “yo conceptual” viva por siempre. Es por esto que los seres humanos tratamos que nuestro nombre esté en edificios, estatuas, portadas de libros y también explica por qué nos sentimos impulsados a pasar el tiempo con otros, especialmente con los niños, con la esperanza de que nuestra influencia (nuestro yo conceptual) perdure a nuestro “yo físico”.

Becker le llama a esto nuestros “proyectos inmortales”, los que permiten que nuestro “yo conceptual” viva, éstos son los responsables de la humanidad civilizada: las ciudades, los gobiernos y el arte. Nombres como Jesús, Muhammad, Napoleón y Shakespeare son sólo un ejemplo. Puede ser a través de una obra de arte, conquistar un país o tener una familia que nos ame y nos recuerde por generaciones, los aspectos que moldean en nuestra vida el innato deseo de nunca morir realmente.

La religión, la política, los deportes, el arte y las innovaciones tecnológicas son el resultado de los proyectos inmortales de los seres humanos. Sin embargo, cuando nuestros “proyectos inmortales” fallan, se pierde el significado y enfrentamos a la muerte con terror, lo que nos puede llevar a sufrir ansiedad y hasta cuadros de depresión.

Al final, nuestros proyectos son nuestros valores y miden la dignidad de nuestra vida. Esto implica que nos guiamos por un miedo a darle demasiada importancia a lo cotidiano sin poder disfrutar. Y llegamos a un punto en que los famosos “proyectos inmortales” se convierten en un problema, por lo que debemos intentar vivir más cómodos con la realidad de nuestra muerte. A esto Becker le llamó “el antídoto amargo”.

Estando en sintonía con nuestra realidad se derrumba la raíz del terror que está motivando nuestras frívolas ambiciones y nos deja camino a tener valores más libres, sin vivir esclavizados a nuestra búsqueda ilógica de ser inmortales.

En palabras de Leonora Carrington: “es insuficiente, al menos para mí, este tiempo de vida que tenemos, porque deja un gran vacío y no permite que se satisfaga la curiosidad y el conocimiento por muchas cosas que, pese a la edad, comienzan también

a fascinarnos a los viejos”.