Antes muerta que sencilla

Antes muerta que sencilla
Por:
  • larazon

“He acumulado tantas cirugías plásticas que voy a dejar mi cuerpo en legado a la marca Tupperware”, chacoteaba Joan Rivers en su vejez. De ese calibre era su filo, de cirujano que sonríe conforme acerca el bisturí a su propio ojo. Como Un perro andaluz

en versión gore.

A meses de que la despidieran de la cadena Fox y de que su marido cometiera suicidio, la actriz bromeaba sobre ambas catástrofes. ¿No le importaba? Al contrario. Aquella risa evidenciaba que la caladura era mayúscula. En los campos de concentración nazis, algunos presos inventaban escenas hilarantes; lo apunta Viktor Frankl, quien paseó sus huesos por Auschwitz y Dachau. Y es que reírse de lo tremebundo ayuda a la supervivencia. Me interesa el humor como subversión individual, como posibilidad creativa que estira los resortes para hacerlos chirriar. Qué liberador bastarse para el autoescarnio, piensa La Utora de esta columna.

Es conocida la ecuación de Woody Allen:

tragedia + tiempo = comedia. La traigo a cuento porque si la crisis del coronavirus se prolonga lo necesario, tal vez quienes sobrevivan (¿sobrevivamos?) empiecen a hacer chunga de sí mismos, obviando la solemnidad. En lo personal, de una vez acudo a salvajes como Mark Twain, quien en Historia de un niñito bueno pinta el absurdo de estar aquí, el hecho de que no entendemos: yo nunca entiendo ni una coma de nada. Como un personaje de La ley de Herodes, de Jorge Ibargüengoitia, envuelta en un impermeable (porque carezco de bata), busco instrucciones de uso de la vida bajo el colchón embadurnado de gel antibacterial o dentro del horno esterilizado. Mientras tanto, blofeo con aires de superioridad. Cómo no pitorrearme de esa imagen mía.

En Un hogar sólido, Elena Garro presenta a los difuntos de una cripta, quienes esperan a los familiares que faltan por llegar. Al fallecer Lidia, su mamá la recibe con un motivado “¡Hijita, qué gusto que te hayas muerto tan pronto!”. Celebro la subversión de categorías inamovibles, como el duelo. ¿Por qué no? Si me voy en la epidemia, mi papá y mi hermano armarán guateque subterráneo para recibir a la mejor escritora de la casa, en tanto aquí berrean porque dejé en herencia una caja de clips. Eso sí, entiérrenme maquillada y elegante, no como a la abuela que (d)escribe Garro: la metieron encamisonada en el ataúd y desde ahí se agobia un grandiosidad porque estará impresentable para el Juicio Final. No dejen que me ocurra. Nunca mejor dicho: antes muerta que sencilla.

Quiero seguir encontrando motivos para carcajearme hasta que me duelan los cachetes y se me caigan pian pianito la pierna, un brazo, la cabeza, el pantalón. Sólo queden de mí los dientes falsos. Yo, La Utora de esta columna, pediré entonces que no se rían de mí. Lo estaré haciendo sola.