Peter Guardino y su historia de la “guerra del 47”

Peter Guardino y su historia de la “guerra del 47”
Por:
  • rafaelr-columnista

La espléndida editorial Grano de Sal, que dirige Tomás Granados, publica el estudio de Peter Guardino, profesor de la Universidad de Indiana y gran conocedor de Oaxaca y Guerrero en la primera mitad del siglo XIX, sobre la mal llamada “guerra del 47”. Como recuerda el historiador, aquel conflicto, que tuvo tan severas consecuencias para los dos países, abarcó unos tres años, desde 1845, cuando se consuma la anexión de Texas y se inician gestiones para la compra de California, y febrero de 1848, cuando se firma el tratado de Guadalupe Hidalgo.

No es conveniente separar del todo la fase diplomática de la militar en ese conflicto, ya que desde un inicio, en el mismo año de 1845, el presidente James K. Polk ordenó al general Zachary Taylor que avanzara con sus tropas hacia los ríos Nueces y Bravo, en la frontera mexicana. La fricción política que se desata entonces entre el presidente José Joaquín Herrera y su rival Mariano Paredes y Arrillaga, y los reclamos a favor de repatriar a Antonio López de Santa Anna de su exilio en Cuba, para que hiciese frente a la amenaza, se produjeron en un ambiente de guerra anunciada.

Guardino acierta al caracterizar la misión de John Slidell, el enviado de Polk ante Herrera, que propuso la compra de más territorios a cambio de evitar la guerra, como un ultimátum inaceptable. La guerra ya estaba decidida y se había convertido en una causa personal de Polk, quien, en palabras del historiador, “despreciaba a México”, por sus habitantes “racialmente inferiores” y por su “sistema político en bancarrota, antidemocrático, corrupto e inestable”, incapaz de “unificar a su población para defender territorios remotos en una gran guerra”.

La guerra ya estaba decidida y se había convertido en una causa personal de Polk, quien, en palabras del historiador, “despreciaba a México”, por sus habitantes “racialmente inferiores” y por su “sistema político en bancarrota, antidemocrático, corrupto e inestable”, incapaz de “unificar a su población para defender territorios remotos en una gran guerra”

El estudioso adopta deliberadamente un enfoque de historia social y cultural con el fin de alejarse de los lugares comunes de la historia diplomática, política y militar. Algunas contraposiciones bien afincadas en las historiografías de ambos países (la de un México caudillista frente a un Estados Unidos democrático o la de un Estados Unidos unificado e imperialista frente a un México nacionalista y disgregado) se deshacen en una narrativa que fija la mirada en los de abajo: mujeres y esclavos, soldados e indígenas, católicos y protestantes, leva militar y comunidades marginadas.

Es muy explícito Guardino al describir las huestes miserables que avanzaron sobre México bajo las órdenes de Zachary Taylor y Winfield Scott. Estaban muy lejos aquellos soldados pobres del racismo y el imperialismo de sus superiores. Estados Unidos era entonces un país esclavista, donde los partidarios de los estados sureños, en los que subsistía esa monstruosa institución, estaban decididos a multiplicarse. Expansionismo, esclavismo y racismo se confundían en la política fronteriza de Polk, pero, a pesar de ser hegemónica, esa corriente no carecía de poderosas resistencias dentro de Estados Unidos.

Guardino coincide con Alan Knight en que la explicación de la guerra y su desenlace por el contraste entre el caudillismo mexicano y la democracia estadounidense es equivocado. Estados Unidos era también un país violento o disgregado y Andrew Jackson bien podría calificar como caudillo, que actuaba de acuerdo a su voluntad y por fuera de la ley, especialmente, en relación con la población negra esclavizada, los temas fronterizos y las comunidades de indios nativos, a cuya “reducción” aplicó criterios personales de justicia.

Algunas contraposiciones bien afincadas en las historiografías de ambos países (la de un México caudillista frente a un Estados Unidos democrático o la de un Estados Unidos unificado e imperialista frente a un México nacionalista y disgregado) se deshacen en una narrativa que fija la mirada en los de abajo: mujeres y esclavos, soldados e indígenas, católicos y protestantes, leva militar y comunidades marginadas

Tampoco concuerda Guardino con el argumento tan recurrente de que México perdió la guerra por la fragilidad de su “identidad nacional”. En vez de un asunto de patriotismo o sentimiento nacional, el historiador piensa que lo decisivo fueron factores más concretos como la superioridad militar y económica del ejército de Estados Unidos, y la fractura territorial de México como consecuencia de la oscilación entre un federalismo extremo y un centralismo rígido.