Asesinato en oración

Asesinato en oración
Por:
  • larazon

Angélica Ortiz Dorantes

Se inclinó para orar una de las cinco veces al día en que se lo exige la ortodoxia al islámico practicante. Esa sería su última oración, su asesino aprovechó ese momento de fe, de entrega a su dios, para acercarse rápidamente, en silencio, y apuñalarlo. Fue el primer asesinato político ocurrido en Al-Andalus.

La víctima era Abd al-Aziz, hijo de Musa, el jefe supremo de la invasión musulmana que derrotó a los Visigodos, anteriores ocupantes de España. También fue el hombre que formó el primer matrimonio entre musulmán y cristiana (se casó con Egilona la viuda de Rodrigo, el rey depuesto). Su muerte puede ser jurídicamente calificada como un homicidio con las agravantes de: premeditación, alevosía y ventaja. Su asesino se inscribía, así, en la larga lista de los magnicidas que aparecen, una y otra vez en la historia, y que intentan, con un solo acto, cambiar un pueblo y obtener un lugar vergonzante en la historia.

En todo caso, este crimen no logró impedir la marcha victoriosa de los ejércitos y de la cultura del islam, el cual estaría presente durante siete siglos en las tierras de España. Córdoba, la capital musulmana, da refugio, en el año 756, a Abderraman I, único superviviente Omeya de la matanza ordenada por los Abasidas. La Córdoba Omeya fue, durante trescientos años, el centro cultural más importante de todo Occidente. Se abrió allí una célebre Universidad, bibliotecas y se construyeron edificios suntuosos.

Reinó la tolerancia que permitió a las culturas judía, cristiana y musulmana la convivencia pacífica. Fue en Córdoba en donde vivieron el filósofo Aberroes y el célebre médico Maimónides. En el mundo de la arquitectura la joya de Córdoba fue su célebre Mezquita. Aparecen en ella, realizados en forma magistral, todos y cada uno de los elementos que caracterizan este tipo de templos a lo largo y a lo ancho del mundo islámico: la fuente de las abluciones, en la que el musulmán podrá lavar su cuerpo antes de entrar a la oración, el jardín de los naranjos, que perfuman la atmósfera y dan la bienvenida a los fieles, el bosque de columnas que sostienen el techo del área de oraciones y la joya de la mezquita: el mirhab, señalando la dirección de La Meca, la ciudad sagrada. Arrojados los árabes fuera de España, la Iglesia Católica inició su destrucción para levantar, sobre sus ruinas, una catedral. El Emperador Carlos V puso un alto a ese acto salvaje y reprochó al arquitecto: “¡Destruyes lo que no existe en ninguna parte para construir lo que existe en todas partes!”.

Pero la reconquista de España (que arrojó a los islámicos del territorio) tuvo como últimos generales en jefe de los ejércitos españoles a los reyes católicos doña Isabel de Castilla y don Fernando de Aragón; y entre las muchas virtudes de los monarcas no estaba la de practicar la tolerancia (fue bajo su reinado que se instauró la Inquisición). Los monarcas cometieron el error de seguir criterios intolerantes y arrojar fuera de España a los islámicos y a los judíos. ¿Qué ganaron con ello? Únicamente empobrecer económica y culturalmente a sus reinos. A quienes habitamos el siglo XXI: la historia nos ha enseñado, una y otra vez, los resultados nefastos de rechazar al otro, a aquel culpable de ver la vida con ojos diferentes a los nuestros en materia religiosa o sexual.

Pero el pasado nunca termina y se niega, tercamente, a ser pasado. El pasado siempre es presente. Sobrevive en España la presencia del islam, en las obras maestras de su arquitectura, en la Alhambra de Granada o en la Mezquita de Córdoba. En la piel morena de los habitantes de lo que fue Al-Andalus, e incluso en su lengua, que se hace realidad auditiva cada vez que un hispanoparlante dice: almohada, alberca o alcalde.

Nosotros, los mexicanos, descendientes de los españoles, hemos recibido también, como una parte de la herencia de la madre patria, algo de la gloria que fue, en su momento, la España islámica.

Admirando emocionada la Mezquita de Córdoba, me permito, no obstante, rendir homenaje a la sangre cristiana que también llevo en mis venas, devorando en Segovia un cochinillo acompañado de un excelente vino. Doble herejía a los ojos islámicos: cerdo y alcohol.

angelicaortiz@vomabogadospenalistas.com