De la competencia al odio

De la competencia al odio
Por:
  • larazon

Otto Granados

No sé si era inevitable pero, tras algunos días fuera del país y sin seguir la información en los medios, me da la sensación de que la campaña ha entrado en una espiral de encono que no solamente vuelve tóxica la atmósfera electoral y la discusión de las cuestiones de fondo, sino que, peor aún, puede dejar heridas y rencores que será lento superar y, por ende, dificultará la colaboración política en el próximo sexenio.

Ésta no es la mejor noticia.

Si las encuestas llegan a tener razón, el resultado del 1 de julio habrá estado decidido prácticamente desde el principio de la campaña. En consecuencia, los candidatos rezagados y sobre todo sus equipos parecen estar entrando estos días a esa fase a la que suele conducir la política cuando algunos de sus actores sienten que a pesar de todos sus esfuerzos no registran avance alguno —la fase de la frustración y la impotencia—, y éstas son malas consejeras, entre otras cosas porque en ese punto empiezan las defecciones, la sequía financiera, el reparto de culpas, las traiciones y esas crueldades propias de campañas en retirada.

De ser así, lo que veremos hacia el cierre podría ser incluso peor, más contaminado y enrarecido, y, en lógica, dejará poco espacio para el análisis y la reflexión de las cosas que, a estas alturas, son las importantes: las decisiones del candidato ganador sobre personas, programas y políticas.

El segundo saldo del encono es que, si se vuelve insalvable (aunque en política nada suele serlo), en el corto plazo las futuras oposiciones no tendrán incentivos para cooperar políticamente con el nuevo presidente y éste se sentirá tentado a usar su probable mayoría legislativa para sacar reformas importantes que no requieran cambios constitucionales.

Desde luego que cuando un gobierno democrático ejerce su mayoría tiene toda la legitimidad para ello y debe hacerlo, pero un diálogo entre fuerzas políticas y sociales diversas, incluidas las que no ganaron, puede no sólo enriquecer la calidad de las reformas, en especial si son complejas, sino también la cultura cívica del país.

A juzgar por los sondeos, es difícil deducir que la sociedad mexicana atraviese en estos días por una etapa de alegría, confianza y optimismo respecto del presente y el futuro del país. En consecuencia, un comportamiento más maduro de los actores políticos y de los propios medios harían más inteligibles los desafíos que México tiene en los siguientes años y el papel que en ellos deben jugar los ciudadanos reales y concretos.

Pero alcanzar ese objetivo —y de allí otros más— es imposible si lo que prevalece es una política del odio y no una competencia profesional e inteligente donde, más allá de los resultados, todos sientan que caben, que cada quien tiene un papel específico en función de la capacidad, los méritos o el desempeño institucional, y que es posible construir una democracia civilizada.

og1956@gmail.com