Desastres “naturales”

Desastres “naturales”
Por:
  • leonardo-nunez

Dos tipos de desastres naturales han atacado recientemente a América del Norte: terremotos y huracanes. Las tragedias que surgen desde el inframundo o las que bajan desde el cielo toman por asalto la tierra y ponen contra las cuerdas a los habitantes. En ambos casos, la posibilidad de hacer frente al desastre resulta casi imposible en nuestro estado de desarrollo científico; sin embargo, hay mucho que puede hacerse antes.

Por el lado del desastre sísmico, la Ciudad de México ha demostrado cómo algunas políticas públicas parecen saltar la condena nacional de la intervención pública fallida y han logrado crear un espacio público resiliente, capaz de hacer cara a desafíos como el movimiento telúrico más significativo de los últimos años. A pesar de ello, la magnitud del sismo ha puesto de manifiesto que el país no sólo es su capital, y que la salida airosa de unos contrasta con la tragedia en las zonas que nunca hemos logrado sacar del rezago. Un mismo evento con dos resultados tan opuestos nos recuerda que el federalismo no está pensado para crear feudos bajo el control de neovirreyes, sino para fortalecer las capacidades de lo local y hacer que lo importante no sea sólo un punto del mapa.

Por el lado de los vientos huracanados, aparece el lado contrario de la moneda: la acción local es indispensable para resistir y superar una tragedia, pero hay desafíos que requieren la coordinación a gran escala. En este caso, parece que no es casual que tengamos una temporada de huracanes y lluvias más intensa de lo que antes era normal, al mismo tiempo que se dan pasos hacia atrás en la lucha contra el cambio climático. En el aire papalotea la ecuación Clausius–Clapeyron, en la que cada grado centígrado adicional en el clima permite que el aire pueda contener 7% más de humedad. Una nación que ha decidido no cumplir con los Acuerdos de París y que como respuesta recibe el huracán más potente que se haya registrado en el Atlántico, y otro que llega a una ciudad que no se sabía amenazada por inundaciones de varios metros, abre la puerta al debate sobre qué tanto hemos sido los causantes de un clima cada vez más extremo.

En ambos casos aparece una constante: si bien una vez que aparece un huracán no nos es posible disolverlo y un terremoto es imposible de ser previsto con gran anticipación, también es cierto que la acción e intervención previa hace la diferencia. Una estrategia para reducir las emisiones y contener el incremento de las temperaturas de los océanos puede retribuir en tormentas menos destructivas; un federalismo en forma puede hacer que cada pueblo y ciudad sea más que un hervidero de necesidades, que colapsa ante su propia fragilidad.

Estamos muy lejos de esas épocas en que la desgracia sólo era atribuible al castigo divino; mucho más de lo que creemos está en nuestras manos. Ante la desgracia humana pasada, queda la solidaridad para buscar la reconstrucción, pero también la vista hacia el futuro para evitar la repetición.