Elecciones: cuando el fin no justifica los medios

Elecciones: cuando el fin no justifica los medios
Por:
  • larazon

Salvador del Río

A quien haya beneficiado

el crimen, ése es el autor

Séneca

La máxima del filósofo hispanoromano ha servido de apoyo, no siempre, por cierto, efectivo en toda investigación para descubrir la verdad, desde el móvil hasta la consumación de un hecho delictivo.

Pero en la cauda de los espionajes, las revelaciones y denuncias abiertas o encubiertas que pueblan los campos de las batallas del proceso previo a las elecciones del próximo 7 de junio, este principio de la técnica de investigación del inefable Sherlock Holmes se topa con una nebulosa en la que se confunden propósitos y acciones. El axioma atribuido al bueno de Nicolás de Maquiavelo —el fin justifica los medios— se desmiente cuando se descubre que, lo injustificable es el fin aunque el medio se conozca.

A quién benefician, se pregunta, las muertes de nueve candidatos a cargos de elección popular ocurridas desde el pasado mes de febrero cuyos autores no han sido plenamente identificados y mucho menos sometidos a proceso para pagar su culpa.

La razón llevaría a concluir que en casos como la anónima difusión de una grabación en la que el consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, arruina sus pergaminos de doctorado en politología con la vulgaridad de carretonero, beneficia a quienes en las contiendas políticas se han sentido lastimados. Pero nadie hasta ahora puede imputar la autoría de ese ataque cuya única consecuencia es el desprestigio y el debilitamiento —si posible es ahondar en ello— de las instituciones supuestamente encargadas de arbitrar la expresión de la democracia.

Los ojos del espionaje se enfocan desde el grande hasta el mínimo detalle de la vida, el quehacer y el no hacer de los actores de la política, de su entorno, sus ires y venires, su vestimenta, sus amigos y sus enemigos.

Que la hermana de una aspirante a jefe delegacional en la capital del país está presa acusada de participación en secuestro; que la empresa del hermano de un frustrado candidato a diputado suplente se ve envuelto en un affaire inmobiliario como el que se dice ayudó a desvelar en el pasado reciente; que un dirigente partidista alterna en el pulso sucesivos relojes de estratosférico precio; que un gobernador invierte sumas millonarias en la construcción de una presa para irrigar sus tierras y en la compra de caballos pura sangre; que los viajes de la familia de un líder partidario son escandalosos; que candidatos y funcionarios que los apoyan viajan por tierra y por aire con recursos del erario; que tal o pretenso a diputado o alcalde ya rebasó los gastos de sus prerrogativas que todos pagamos con impuestos.

Los pájaros en el alambre de la comunicación telefónica, las redes sociales, la investigación de todo registro, de toda pista o huella están a la orden del día, presentes en la política electoral.

Parte de lo que se dice o se denuncia, abierto o anónimo, puede ser verdad, inocua o punible. Es cuestión del cristal a través del cual se mire. Nunca antes como hoy se había llegado a esos extremos de la sospecha frente a todo cuanto se considere materia de denuncia. Aflora en esa guerra de revelaciones lo mismo el resentimiento, la envidia y la codicia que el golpe bajo, la venganza personal y el ansia del poder por el poder mismo.

El ciudadano común contempla el desfile interminable de versiones y ataques, de todo, menos el argumento que contenga una idea, una visión clara de lo que el aspirante a un cargo de elección puede ofrecer.

Los móviles de la denuncia, el delito de espionaje, la descalificación, saltan a la vista si bien disfrazados de propósitos de bien público y salud colectiva; el beneficio puede ser confuso, pero el perjuicio está claro: lo resiente la sociedad entera y la esperanza, cada vez más lejana de convivencia civilizada en la democracia.

 Gazapos. En esta época previa a elecciones, se escucha la queja de los recursos que el país destina a partidos y candidatos independientes; son, se dice, del erario público. Es un error. El erario es el conjunto de bienes de un gobierno, de un estado. Es de todos. El erario, en la organización política de México, puede ser federal, estatal o municipal, pero siempre es público. La hacienda, en cambio, en sentido figurado, puede ser personal, familiar o pública. Es el conjunto de bienes de los que se dispone, ya sea individual o colectivo.

srio28@prodigy.net.mx