La batalla campal de las elecciones

La batalla campal de las elecciones
Por:
  • larazon

Salvador del Río

Songo le dio a Borondongo,

Borondongo le dio a Bernabé,

Bernabé le pegó a Muchilanga…

Son afrocaribeño

¿Usted, amigo lector, conoce el nombre o la trayectoria de alguno de los candidatos a diputados por su distrito? Si lo sabe será que por casualidad lo escuchó en un espacio concedido a un aspirante privilegiado en medio de la barahúnda ensordecedora en la que la mayoría de los partidos, salvo excepciones, se golpean unos a otros sin clemencia.

Comenzaron las campañas políticas para seleccionar a más de cuatro mil representantes populares, nueve gobernadores, alcaldes, y jefes delegacionales. A unos cuantos días del arranque formal de la lisa, las campañas parecen una batalla campal. Hay de todo: descalificaciones, infundios, insultos, de todo, menos la propuesta surgida de la diferenciación política, ideológica o programática que ofrezca al elector un verdadero haz de opciones para decidir su voto.

Desde hace años la propaganda política abandonó el contacto directo con el potencial votante. La gacetilla, el desplegado en la prensa, la cartelera, el mitin —con o sin acarreados— la visita domiciliaria han cedido el paso a la mercadotecnia, primero con la imagen sonriente del candidato y ahora con el spot y el reclamo vacío de contenido, como no sea el ataque entre partidos o personas. En la publicidad electoral el partido, belicoso y agresivo, está por encima del candidato, las más de las veces perdido en el ruido de la agresión en la que todo se vale, todo se profiere menos la expresión de la idea.

En las redacciones de hace años, el reportero de guardia tenía que acudir a un curioso personaje apodado el muerto, quien pasaba sin falta la información sobre los hechos policíacos. Salió la muertera a tal dirección —informaba—, pero al parecer el fallecido es un diputado, es decir, un desconocido. Así ahora, al candidato, desde que es aspirante, nadie o muy pocos lo conocen.

Las elecciones del próximo 7 de junio anuncian un panorama desolador como muy pocas veces ha ocurrido desde los balbuceos de la democracia.

Elecciones hubo celebradas en medio de la violencia, surgida de la lucha entre facciones o grupos, pero en la mayoría de las ocasiones representativas de una idea, de un principio que las oponía.

La primera justa electoral con esas características se dio en 1929, cuando los principales contendientes fueron Pascual Ortiz Rubio, el primer candidato del PNR, luego PRM y finalmente PRI, y José Vasconcelos. De ahí surgió el fortalecimiento del partido de la Revolución Mexicana —vivo y actuante aún—, pero también ideas como el vasconcelismo y la autonomía de la Universidad de México.

No menos violento y hasta sangriento fue el proceso de 1939, que enfrentó a los generales Manuel Ávila Camacho —triunfador— y Juan Andreu Almazán, este último a la cabeza de un movimiento contrarrevolucionario y conservador acorde y coincidente con las proclamas que dieron pie a la creación de corrientes como la del Partido Acción Nacional.

Otra elección cargada de enfrentamientos fue la de 1952, cuando la corriente del general Miguel Henríquez Guzmán —revisionista de la propia Revolución de la que había surgido— escenificó encuentros violentos con la policía y el ejército y clamó fraude en favor del candidato ganador, Miguel Alemán Valdez.

Desde entonces las elecciones en el país han transcurrido en relativa calma, pero significadas durante décadas por el sempiterno triunfo del Partido Revolucionario Institucional, con una oposición débil, ausente o abiertamente colaboracionista.

Las reformas electorales iniciadas en el gobierno de José López Portillo con Jesús Reyes Heroles como su promotor, y las que le han seguido hasta la más reciente, buscaron y en cierto modo lograron ensanchar el espectro de opciones al elector; se abrió la puerta a la oposición de todas tendencias y colores, es cierto, pero esa apertura no ha conducido a una expresión sana de las diferentes propuestas surgidas de las distintas corrientes. No ha ocurrido así, según se puede constatar en la perspectiva que ofrece el próximo proceso, en el que el principio se confunde con el afán de poder y en el que los partidos y sus dirigentes sobresalen en detrimento de sus propios candidatos. Resultado. El desprestigio y la desconfianza en la política y los políticos.

 Gazapos. Es frecuente encontrar dudas acerca del uso de las letras c y s en palabras con la que terminan en ción o sión. Generalmente, se escribe ción cuando la palabra proviene o se relaciona con un verbo en el que se encuentran seguidas las letras ct. Acción, de acto, facción de facto o factual, etcétera; no así cuando provienen de algunos verbos distintos, generalmente terminados en ir.: confusión, de confundir; difusión, de difundir; alusión de aludir. La duda existe, pero si esta explicación no es suficiente, acúdase al diccionario.

srio28@prodigy.net.mx