La psique de los políticos

La psique de los políticos
Por:
  • larazon

Otto Granados

Hace tiempo, en el mismo pueblo de Connecticut en el que alguna vez vivieron Arshile Gorky, el pintor expresionista abstracto, y el bailarín Mikhail Baryshnikov, murió, a los 102 años, Arnold Hutschnecker. Era un psiquiatra nacido en Austria que emigró a Estados Unidos a mediados del siglo XX y al que fuera de este país seguramente nadie recuerda.

Pero es probable que su legado principal no haya sido solo tratar profesionalmente al presidente norteamericano Richard M. Nixon, una tarea en exceso compleja si las hay, sino haber insistido en que los líderes, más allá de lo puramente político, “deberían ser sometidos de antemano a chequeos exhaustivos por parte de médicos y psiquiatras para garantizar que los más brillantes sean también los más sanos mental y moralmente”.

De haberle hecho caso, muchas naciones, la nuestra incluida, se habrían evitado muchas desventuras.

Las ciencias sociales en México han sido omisas, por ejemplo, en examinar a los presidentes desde un punto de vista psicológico. Rara vez se habla de sus traumas biográficos, entre otras razones porque, supongo, se juzga impúdico entrar a esos terrenos o porque nuestros historiadores no están calificados para manejar este tipo de categoría analítica o porque los medios son más propensos al impresionismo.

Pero explorar los resortes psicológicos —personales, sociales, familiares— de los políticos debiera ser casi una asignatura obligatoria para elaborar expectativas, saber cómo negociar con ellos, cómo crear una estructura de incentivos tal que los lleve a tomar unas decisiones y no otras, y qué tanta estabilidad poseen para gobernar.

Según algunos académicos, la ambición de poder político es en cierto grado una patología. Todos ejercemos ocasionalmente una posición de poder al impartir una clase, jefaturar una familia o comandar una empresa. Pero buscar poder para usarlo como un mecanismo de dominación de los demás e influir para mover los hilos de la historia es otra cosa, es una forma de compensar carencias vitales, y el escaso conocimiento que tenemos de estos resortes constituye una laguna para comprender muchas otras cosas.

Más allá de las distintas evaluaciones a que son sometidos algunos cuerpos de policía, ignoro si las agencias de inteligencia del gobierno mexicano disponen de las herramientas apropiadas para proveer información dura y puntual a quienes toman decisiones respecto de la estabilidad emocional de los altos cargos que nombran para funciones de extrema delicadeza como la seguridad nacional, la justicia o las finanzas.

Igualmente desconozco si son previamente sometidos a exámenes que ilustren cómo se comportarían ante situaciones de riesgo o que pongan a prueba su probidad o frente a dilemas éticos relevantes. El caso es que tal vacío limita la posibilidad de saber qué esperar de quienes tengan en sus manos la conducción de un país.

Gobernar no es sólo asunto de títulos académicos o experiencia política.

Frecuentemente son mucho más decisivas las complejidades de la personalidad, el cerebro y el carácter, y por ende debieran ser oportunamente reconocidas para maximizar sus bienes y neutralizar sus males.

og1956@gmail.com