La realidad es una saga

La realidad es una saga
Por:
  • juliot-columnista

Creo, pero desmiéntanme ustedes, que conforme uno crece va abandonando gradualmente los terrenos de la ficción. La experiencia, la información, el conocimiento del mundo se le imponen, por peso propio, a nuestra capacidad de elaborar fantasías, y más aún: a nuestra capacidad de creerlas. Ya no somos dueños del mismo pasmo con el que absorbimos, hace veinte o treinta años, las aventuras de los tigres de la Malasia. Nuestro umbral de credulidad se acota a ráfagas, a golpes de realidad. Esto suena terriblemente adulto, y sí: aceptarlo, pronunciarlo es parte de su evidencia.

Y no es que no estemos dispuestos a suspender, por unas horas, nuestra incredulidad para gozar de una buena historia, sino que reconocemos que el surtidor de noticias del periódico es más apabullante y, en muchos casos, incluso más fantástico. ¿Cómo pueden competir Hollywood o el más feroz de nuestros narradores contra la disolución en ácido de sus víctimas por parte de un traficante de metanfetaminas? ¿Cómo dejarme llevar del todo por la vida mental de un personaje, si a la mano tengo las biografías y el pensamiento de las personas que forjaron nuestro presente, de quienes hoy lo moldean? Entender la “teoría de cuerdas” como un postulado verosímil de las dimensiones en que vivimos es aventura suficiente, para mí, y rebasa por mucho los portales que se abren, aunque maravillosamente, en Stranger Things.

Pensaba en esto mientras escuchaba el discurso de Emmanuel Carrère al aceptar el Premio FIL en Lenguas Romances. En él, el autor de El adversario dijo algo que ha confesado machaconamente en una y otra entrevista: que la ficción lo ha abandonado, que la investigación de la realidad le basta y sobra como para ponerse a elaborar realidades paralelas. Esto no implica ni mucho menos la muerte de la novela: al contrario, la vuelve más elástica y dúctil, al aceptar su dimensión documental, su tenor humano, demasiado humano. Acérquense a esa “novela sin ficción” que es A sangre fría, narración precursora en la que Truman Capote no se separa un ápice de los hechos que investiga. El concepto clave es, por supuesto, “narración”, pues la crónica de la realidad, si bien contada, puede superar los mundos más elaborados del discurso ficticio. George Perec, llevando este ejercicio al extremo, llenaba cuentos de páginas haciendo la descripción milimétrica, casi científica, de su mesa de café: la realidad es inagotable y, bien vista, vertiginosa.

Nos inventamos historias, tal vez, para paliar nuestra humanísima incapacidad de atrapar ESTA historia que ahora mismo nos acontece y nos pasa por encima. El niño ama esa distracción y casi la da por buena, por “verdadera”, pero el adulto se aleja más y más de la prestidigitación para poner sus manos sobre los hechos, los puntos y las comas de la historia más modélica de todas: la suya propia.

Si un hombre mata a su esposa, a sus hijos y a sus padres, después de vivir veinte años en una vida falsa, una vida de mentiras, en esa historia hay, paradójicamente, una profundísima verdad que vale la pena investigar: ¿cuántos mundos caben en esa “no ficción”? Carrère sabe que muchos, y nosotros, sus lectores, insertos en esa mismísima realidad, también: habitamos una novela llamada realidad en la que “el adversario” vive, miente y mata. ¿Inspiración? Basta abrir los ojos, parar las orejas y comenzar a tomarle nota al mundo, que nos habla sin parar. Lo que importa, me parece, es el lenguaje y la mirada (otro lenguaje): la recepción y la transmisión de esa incansable saga que es la realidad.