¿Lógicas en conflicto?

¿Lógicas en conflicto?
Por:
  • larazon

Otto Granados

Las elecciones locales del próximo domingo pondrán a prueba la capacidad de todos los actores políticos para acomodar eficientemente, pasadas las tensiones que arrojen los resultados, lógicas que hoy parecen en conflicto.

Por un lado, la lógica estatal, mediante la que transcurre la disputa por el poder, tiene que ver con dos aspectos. Uno es la necesidad casi instintiva de los gobernadores de tratar de ganar como sea unas elecciones de las que dependen, según ellos, la estabilidad de sus gestiones y la posibilidad de controlar a sus congresos locales y las administraciones municipales.

A los gobernadores de ahora, justo porque disponen de mucho más poder que en el pasado, les resulta muy complejo, y en algunos casos impensable, lidiar con una pluralidad política que, además, sienta las bases para lo que puede ser su propia sucesión. Dentro de esa lógica, la prioridad es el control local y no las reformas estructurales de alcance nacional.

El otro aspecto, no menor, es que para las dirigencias nacionales de los partidos o, dicho con más propiedad, para mantener su liderazgo interno, la condición necesaria es ganar diputaciones y alcaldías porque, en teoría, para eso son los partidos: para competir y ganar elecciones, esa es su razón de ser. A este nivel la prioridad política también es local y no nacional.

En cambio, la otra lógica, la dimensión macro de las reformas estructurales, lo que quiere es que las reyertas locales no entorpezcan ni pongan en riesgo el mecanismo de concertación ensamblado dentro del Pacto por México. Dentro de esta lógica, es por completo irrelevante ganar o perder el distrito X, el municipio Y o el propio estado de Baja California, porque para efectos de las reformas que vienen aquellos resultados, siempre y cuando sean limpios y aceptados por todos, tienen escasa utilidad práctica.

En cierto modo, ambas lógicas son explicables y quienes sostienen una y otra pueden razonarlas válidamente. El problema, sin embargo, es uno: ¿cómo alinearlas y hacerlas compatibles? Es decir ¿cómo ganar elecciones sin vulnerar el Pacto?

Esto, que parece un problema coyuntural, es en realidad una deficiencia de la arquitectura institucional mexicana y signo de una cultura política todavía muy incipiente. Dado que a nivel local muchas de las costumbres y las instituciones electorales son todavía predemocráticas, la forma de procesar los conflictos es llevándolos a la federación y haciendo de ellos una moneda de cambio para los asuntos nacionales; así ha ocurrido varias veces en el pasado. Y dado que el Pacto es, a fin de cuentas, un acuerdo de voluntades y no todavía un pacto de legislatura como existe por ejemplo en los sistemas parlamentarios, ni mucho menos un hábito cultural, entonces cualquier incidente local tiende a sacudirlo.

Si todo sale bien el 7 de julio cada quién se llevará lo que gane. Pero como problema político estructural, no parece sencillo armonizar lógicas que hoy parecen chocar.

og1956@gmail.com