Los que callan

Los que callan
Por:
  • valev-columnista

“No es necesario sacrificar, ni con amor ni con resentimiento, la propia experiencia para cuidar un vínculo” (Stephen A. Mitchell)

Al ser incapaz de expresar sus verdaderos sentimientos, necesidades y ambiciones, parece no necesitar nada y estar siempre bien. Es la mamá perfecta, el amante perfecto, la pareja más comprensiva.

Complacer a los demás es su especialidad, pagando altísimos costos en autenticidad y silencios. Hasta que un día estalla sorprendiendo a todos los que le conocen y le han visto ser impecable, paciente, generosa.

Moldearse a las expectativas de los otros le ahorra el esfuerzo psíquico de elegir, tomar decisiones, decir que no, preferir unas cosas sobre otras, tener que enfrentar desacuerdos y conversarlos hasta sus últimas consecuencias. Quien está acostumbrado a complacer posiblemente fue el hijo predilecto de una madre o un padre solo por divorcio, viudez o por ser parte de una pareja en conflicto. Es posible que haya sido un solitario en un mundo de caos y desprotección, que aprendió muy pronto en la vida que su sobrevivencia dependía de no dar problemas y sí de ser una fuente de alegría y satisfacción. Podría haber crecido con un padre capaz de incendiar la casa frente al descuerdo, frente a la negativa de ser o pensar distinto.

Esta persona, encantadora y solidaria, se miente y le miente a los demás, no para abusar de ellos sino por miedo de perder su amor o de defraudar las expectativas altísimas que todos ponen en ella. Ser complaciente requiere poner los propios sentimientos en un plano secundario y aprender a adivinar los deseos de los otros, para así lograr conservar el amor y sobrevivir.

No solo se miente por miedo sino también para proteger a alguien que ama de su propia fragilidad: Una madre deprimida, una pareja furibunda o inestable emocionalmente, unos padres atribulados por la enfermedad grave de otro hermano y a quienes no debe darles más problemas. Vale la pena recordar que los otros de nuestra vida adulta no son clones de los adultos con los que crecimos y con los que nació la ansiedad y la necesidad compulsiva de complacer. Los adultos de nuestro presente pueden (o deberían) soportar el desacuerdo, las negativas y la frustración de algunos deseos. Funcionar en el mundo como si todas fueran reediciones de la relación con los padres, perpetra vínculos de sometimiento y silencio.

Renunciar a decir lo que se desea y a lo que se siente deriva en relaciones falsamente armónicas. Guardar silencio por miedo a que los otros sufran decepción es una pérdida de tiempo precioso para vivir con autenticidad. Las conversaciones difíciles no tienen que destruir el respeto ni el amor. Es posible decir la verdad con firmeza tratando de encontrar las palabras que en la infancia y la adolescencia eran imposibles de pronunciar. Se puede romper una relación y al mismo tiempo agradecer el amor compartido. Se puede agradecer la oportunidad de una actividad profesional y al mismo tiempo pedir un cambio que mejore la calidad de la vida diaria. Se pueden poner límites sin gritar y sin perder el control. Se puede y se debe aprender a decir que no.