Modo-mujer

Modo-mujer
Por:
  • juliot-columnista

Leo que pronto aparecerá una nueva versión de los diarios de Virginia Woolf, autora de un admirable texto protofeminista que Karla siempre cita, recomienda y me insta a releer con cuidado: Una habitación propia, cuyo mismo título reflexiona sobre la autonomía que tardaría muchos años en ser conquistada por las mujeres. Woolf es un referente constante, casi ubicuo, de la conversación de Karla, que delira de placer cuando se sumerge en la trama transexual de Orlando a través de los siglos.

Es fácil brincar de la autora de Las olas a Sylvia Plath, otra lectura compartida, genial, de una perturbadora originalidad, aunque en este caso asfixiada, sometida por la mano peluda de un macho tóxico y violento como Ted Hughes, cuya conducta predatoria ha tardado décadas en surgir a la luz, por la incapacidad de aceptarla de una sociedad asustada de sus propias pulsiones misóginas. Marcada por la leyenda siempre dramatizable de su suicidio, solemos olvidar el galopante, atormentado talento de una poeta que no pudo sostener una domesticidad junto a la no siempre velada prepotencia de Hughes.

Estoy y estamos felizmente en modo-mujer desde hace días y años, ganando espacios que debieron conquistarse hace demasiado tiempo, reconociendo las taras y violencias de la propia conducta, cincelada por una idiosincrasia mexicana (pero yo diría que global) que es directamente machista e incapaz de reconocerlo. Tarados, torpes y lentos, los hombres estamos tardando una eternidad en abrir los ojos a la refrescante y definitiva igualdad de condiciones, como si en lugar de ganarlo todo creyéramos que perdemos privilegios o prebendas ante la toma de poder de las mujeres.

Mientras escribo estas líneas se lleva a cabo un merecidísimo homenaje a la fotógrafa Graciela Iturbide, que además de poblar nuestro imaginario con finos e imperecederos iconos en blanco y negro le dio un lugar y un espacio permanentes a las mujeres de Juchitán, olvidadas hasta antes de que su ojo y su lente las encuadraran. Ayer que platicaba con ella, me admiró la sencillez casi infantil de una de las artistas más reconocidas del orbe, que con cada click gana una pequeña batalla para sus congéneres y enaltece más y más a aquella señora coronada de iguanas que ya es una bandera en sí misma, un llamado a reconocer a las mujeres indígenas de México y el resto del mundo.

Junto a Graciela estaba la también homenajeada Elena Poniatowska, vocera de tantas mujeres desde hace décadas, diminuta y feroz soldadera en un mundo de hombres, escritora por derecho propio y no sólo “periodista”, así, entre comillas, como suelen despacharla tantos críticos. Desde Jesusa Palancares hasta Leonora Carrington, pasando por Tina Modotti y sus siete cabritas, Poniatowska ha rescatado las vidas y las batallas de mujeres que, como ella, descollaron en un ecosistema desigual e indiferente. La firma de libros de Elena, como siempre, duró horas, y los dedica personalizados, luego de ver a los ojos y hablar brevemente con el dedicatario: es incansable y generosa, y le gusta esconder su valentía y perseverancia debajo de la bandera de la inocencia y la candidez.

Recientemente también festejábamos a Margo Glantz, que dio un brillante salto acrobático del mundo de la academia dura al de la narrativa libre de arreos, y cuya conversación es para mí un regalo invaluable, poblada de ironías y velocísima, culta y con un muy sabroso sentido del humor. A mi hija Ana, voraz lectora y abriéndose camino ella misma en un orbe aún hostilmente machín, le encantarían las novelas de Margo.

Puedo seguir por horas. ¿Ya vieron el documental dedicado a la vida de Joan Didion, autora de un libro titulado El año del pensamiento mágico que es una verdadera clínica sobre el dolor y la pérdida? No dejen de hacerlo. Y no dejemos de seguir dando pasos y luchando por la igualdad de condiciones. Decía Simone de Beauvoir que no se nace mujer, se llega a serlo. Y hoy seguimos en esa ruta que debería desembocar un día en sí nacer mujer, u hombre, sin la necesidad de conquistar espacios y derechos que antes no se tenían.