Montaigne, Florio, Shakespeare y la alharaca

Montaigne, Florio, Shakespeare y la alharaca
Por:
  • juliot-columnista

Siempre estoy leyendo a Montaigne, pero más en estos días revueltos, en los que “por todas partes proliferan los comentarios, pero de autores hay gran escasez”, según frase de él mismo.

Sencillez, templanza, sabiduría y un timbre deliciosamente conversacional lo caracterizan, y también una postura tan poco acalorada, tan graciosamente equidistante, que le hizo decir: “Para el gibelino, yo era guëlfo; para el güelfo, gibelino”.

Aunque deberíamos ser más, los lectores de ese “señor de la montaña” somos legión. Ha tenido a los más ilustres seguidores, como Byron, Quevedo, Nietzsche y Shakespeare. De sus Ensayos dice Emerson: “Es el único libro que sabemos con seguridad que ha estado en la biblioteca del poeta”, refiriéndose a Shakespeare. A mí, la sola idea del autor de Enrique V leyendo a Montaigne me emociona, y más cuando descubro que una de las firmas autógrafas que se conservan del infinito poeta isabelino fue rubricada, precisamente, en un ejemplar de los Ensayos traducido al inglés por John Florio.

Este tal Florio, de quien ya había leído menciones aquí y allá, fue al parecer el primer lector de Montaigne en Inglaterra y resulta un personaje fascinante al que Francis Yates le dedicó una semblanza que ahora muero por leer. Por lo que pude investigar en una veloz asomada a la red y gracias a un ensayo de mi muy querido Vicente Molina Foix, Florio se describió a sí mismo como un “diablo encarnado”, fue colega de Giordano Bruno en las fascinantes artes del hermetismo, probablemente fue espía al servicio de la embajada en Londres y fue amigo personal de Ben Jonson. Pero su fama, evidentemente, se debe a su traducción de Montaigne, que, como dijimos, Shakespeare leyó y atesoró.

La lectura que hizo el inglés del francés es más que anecdótica: los que saben, dicen que hay mucho Montaigne en la obra de Shakespeare, y Nietzsche llegó a decir que el autor de El mercader de Venecia fue “el mejor lector de Montaigne”. Incluso, al parecer el propio Florio comparece en Trabajos de amor perdidos en el personaje del maestro de escuela Holofernes… El vínculo, pues, es estrecho, tanto que al mismísimo Victor Hugo se le ocurrió arriesgar que el origen del celebérrimo “To be or not to be” hamletiano es el también famoso “Que sais-je?” de Montaigne. ¿Será? Lo cierto es que hay un pasaje de “De los caníbales” (uno de los más portentosos ensayos del francés) transcrito verbatim de la traducción de Florio en uno de los parlamentos de La tempestad. Así pues, como todos nosotros, Shakespeare también sacó provechosas lecciones de la lectura de los Ensayos.

Y es que Montaigne, desde hace 500 años, es pertinente y aleccionador. Fue un defensor a ultranza de la verdad y de la libertad, y escribió: “Ansío tanto la libertad que si alguien me prohibiera el acceso a algún rincón de las Indias, viviría de algún modo más infeliz”. En días de muchísima alharaca y poca sustancia, su lectura es casi urgente. Shakespeare identificó de inmediato al sosegado maestro e incorporó su cátedra a sus propias obras, como ya vimos. De igual manera, nosotros deberíamos incorporarlo a nuestras vidas.